viernes, 13 de noviembre de 2020

Un libro contable y una biblioteca de homenaje


Las epidemias, las discordias heréticas, las peregrinaciones que inevitablemente degeneran en bandolerismo, han diezmado la población.

La anterior sentencia no forma parte de una reciente noticia de prensa, ni se enmarca en las declaraciones de un responsable político, ni siquiera se ha sacado de un informe de salud pública. Sus fieles habrán reconocido ya la cita como un extracto de ‘La Biblioteca de Babel’, uno de los textos borgianos más impresionantes y más influyentes en variados aspectos del saber.

Para Borges, la Biblioteca (en mayúscula) es el universo. Todo está allí. Y ocurre así porque, con permiso de la rueda, la electricidad o internet (quizás otra gran biblioteca), este montón de cuartillas encuadernadas al que llamamos libro sigue siendo uno de los inventos más sublimes de la humanidad, en tanto que recipiente de conocimiento, transmisor de cultura, repositorio de ciencia, compendio de técnicas y, en fin, medicinal sinergia para cuerpos y mentes. Hay quien afirma que la digitalización terminará con el libro, pero mucho me temo -y me alegro- de que estos agoreros no vayan a tener razón, como tampoco el vídeo mató a la estrella de la radio.

El libro está más vivo que nunca y hasta vuelve a estar de moda, espero que no como un nuevo diseño fútil, sino como las camisas blancas, presentes en todos los armarios de mujeres y hombres, con mayor o menor empaque, pero siempre imprescindibles y básicas. No puede ser una coincidencia que en plena pandemia hayan aumentado las ventas de libros en España (quizás un “efecto refugio”, entre tanto mal) o que uno de los más despachados sea el reciente Premio Nacional de Ensayo, ‘El infinito en un junco’, donde Irene Vallejo narra la historia del libro y su significado sociosentimental. Tampoco es baladí el resurgir de ese género propio que son los “libros sobre libros”, ficcionales o no, entre los que me fascinan ‘El nombre de la rosa’ de Umberto Eco, ‘El club Dumas’ de Arturo Pérez Reverte y ‘Las confesiones de un bibliófago’ de Jorge Ordaz. Y ahora mismo, aún en mi mesita, ‘La biblioteca de Max Ventura’, el último de Leticia Sánchez Ruiz.

Me alegré mucho al ver que en este confinamiento selectivo de segunda ola las librerías en Asturias han sido declaradas oficialmente como servicio esencial. Y que las bibliotecas en la mayoría de pueblos y ciudades pueden seguir prestando libros. Entre tanto drama real, no está mal encontrar puertas a la esperanza, también en la lectura.

Debo volver en este punto a Borges, siempre presente. En concreto, al descubrimiento en Brasil, hace unos pocos años y casi de manera serendípica, del manuscrito original de ‘La biblioteca de Babel’, fechado en los años cuarenta del siglo pasado. Dicen las crónicas que el documento se halló en una carpeta mugrienta (sic), dentro de la cual estaban los nueve folios de un cuaderno de contabilidad, con múltiples tachones y enmiendas. El sabio argentino apreciaba la corrección sucesiva de versiones y galeradas. No en vano, decía, “el concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansancio”.

Hay muchas bibliotecas y todas están muy cerca, tomando prestado aquí el conocido lema turístico. Pueden ser monumentales o modestas; populares o especializadas; personales o institucionales; públicas o privadas; itinerantes o estables; de barrio o de pueblo; escolares o universitarias; y -en falsa hipérbole- casi todas ellas custodiadas o estudiadas por Ramón Rodríguez Álvarez en algún momento.

La biblioteca de la Sindicatura de Cuentas del Principado de Asturias es, por definición, un lugar de estudio y de apoyo al trabajo de fiscalización, integrado en su mayoría por valiosas publicaciones técnicas sobre auditoría, contabilidad, economía o derecho público, algunas descatalogadas o de muy difícil adquisición. Pues bien, desde ahora este espacio llevará el nombre de Avelino Viejo Fernández, quien fuera primer síndico mayor y, sin duda, su gran impulsor durante catorce años, incluidas variadas y generosas donaciones personales. Coincide este reconocimiento con su reciente jubilación laboral, tras más de cuarenta años de ejemplar servicio público, pero sobre todo es un homenaje que le devuelve una parte de su demostrada pasión por los libros. Si ‘La biblioteca de Babel’ es inconmensurable, la biblioteca de la Sindicatura de Cuentas es mucho más sobria, pero ambas comparten el hecho de haber nacido al calor de un libro (de contabilidad).

El control de los fondos públicos es fundamental en todo momento, no solo cuando atravesamos una crisis o, como ahora, una pandemia mundial de gravísimas consecuencias para nuestra salud y nuestra economía. La fiscalización debe ayudar a la gestión con sus conclusiones, opiniones y recomendaciones. A la inversa, la gestión debe colaborar con el órgano de control externo desde el pleno respeto a la ética, la legalidad, la transparencia y la eficiencia. La utilidad mutua es la clave. Como la de un libro. 
 
 
Publicado en El Comercio el 13 de noviembre de 2020