lunes, 21 de septiembre de 2009

Impuestos y discursos



Hablemos del gobierno. Y por concretar, hablemos de los impuestos, el tema de moda en todas las tertulias de chigre, alcoba o parlamento.

Parece que de repente hemos descubierto que los impuestos sirven para financiar los servicios públicos, algo tan obvio que resulta hasta pedante volver a recordarlo. Impuestos como el IVA, el IRPF, el Impuesto sobre Sociedades o el IBI municipal permiten que se paguen nuestras consultas médicas, las becas de estudios, las autovías, una residencia de mayores, el Centro Niemeyer o las fiestas patronales.

Hasta que empezó esta crisis económica, el discurso dominante decía que los impuestos eran más buenos cuanto más reducidos fuesen. Si eso es cierto, entonces la mejor política fiscal estaría muy clara: bajar los impuestos siempre y en todo lugar, al mayor número de contribuyentes posible. O mejor todavía: eliminar totalmente los impuestos. No estoy exagerando y, de hecho, así lo hemos visto en los últimos años, con gobiernos de todo signo político y en una variedad de tributos.

Pero llegó la crisis. Y el discurso cambió, al ritmo que se deterioraba la realidad económica y caía la recaudación. Ya no estamos para lujos, tampoco el Sector Público. Ahora hay que estimular la economía y seguir siendo solidarios, atendiendo a más personas paradas, pero también pagando la sanidad pública, la educación o la atención a la dependencia. Y, cómo no, intentar culminar el AVE o eliminar la barrera ferroviaria de Avilés sin demora.

En definitiva, nos quedan dos caminos. Uno pasa por asumir un déficit público enorme, aunque siempre tendrá que tener un límite, para no ir a la quiebra total en pocos años. El otro camino pasa por tocar los impuestos al alza, reforzando además la lucha contra el fraude fiscal, al que todos un poco (o mucho) contribuimos. Y no hay más. Lo de reducir el gasto público, sin concretar en qué cosas, suena un poco a demagogia, aunque no negaré que algunos ajustes de gastos improductivos habría que hacerlos.

Las reformas profundas del sistema económico son necesarias e inevitables, eso no lo cuestiona nadie, pero sus efectos no se van a notar de forma inmediata. En cambio, las Administraciones Públicas necesitan seguir prestándonos servicios desde este mismo instante. Cuando las cosas vienen mal dadas, sea en la familia, en la empresa o en el país, toca apechugar un poco, sobre todo las personas que más tienen. Las decisiones impopulares a veces son las más necesarias y eficaces.

Publicado en La Voz de Avilés el 21 de septiembre de 2009