sábado, 26 de enero de 2019

Recuerdos y desafíos



Tengo cierta sensación de fin de época en Avilés y en toda Asturias. No es malo, simplemente es una percepción, equivalente a decir que siento frío. Todo relativo.

El año pasado fueron varias las efemérides que conmemoramos por este lugar del mundo, desde la más antigua, los 1.300 años del Reino de Asturias, hasta la inmediata, el ‘año cero’ de una nueva ola de feminismo. Un siglo también desde la declaración del Parque Nacional de la Montaña de Covadonga y el mismo tiempo transcurrido desde la ‘coronación’ de la Santina.

El diario El Comercio cumplió 140 años y La Voz de Avilés celebró 110 vueltas al sol. La COCINA (o sea, la Cámara Oficial de Comercio, Industria y Navegación de Avilés, según el acrónimo popularizado por Venancio Ovies) acaba de soplar 120 velas (en realidad, el 1 de enero de 2019), mientras que el Real Club de Tenis Avilés sumó su primer medio siglo.

Se cumplieron cuatro décadas de la preautonomía asturiana, con la creación en 1978 del Consejo Regional de Asturias, antecedente inmediato de nuestra Comunidad Autónoma. Y, por supuesto, de la Constitución Española, sobre la que tanto se ha dicho y escrito, casi siempre para bien. De nuevo en lo local, fue aquel año 1978 el del nacimiento de la exitosa Fundación Deportiva Municipal de Avilés.

Pero Avilés terminó 2018 despidiendo a su primer alcalde democrático y empezó 2019 sin el presidente autonómico que impulsó, entre otras actuaciones, el Centro Niemeyer. También se fue Juan Cueto Alas, artista amplio y ‘glocal’, Sardina de Oro (entre otros muchos reconocimientos) y gran defensor de lo antiguo modernizado, en sana convivencia con lo innovador que respeta el pasado.

Seguro que tenemos muchas más cosas que recordar, pero no es menos cierto que el retrovisor del coche empieza a estar gastado de tanto mirarlo. En cambio, las luces largas alumbran poco, no más allá de nuestro patio particular o de unos pocos meses.

Me resulta frustrante leer elogios a aquel Avilés sucio y gris de hace unas décadas, al lado de críticas a la limpieza y la restauración de hoy en día. El recuerdo es libre, pero la realidad es la que es: nunca será mejor un puente en ruinas y cerrado que otro colorido y en servicio. O un casco histórico lleno de coches que otro para pasear disfrutando. “Al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de volver”, como canta Sabina.

Es doloroso observar que cierran comercios clásicos, por la nefasta conjunción de tres ausencias: personas que den el relevo (sea nuevos emprendedores o continuadores del negocio familiar), otras que acudan a comprar (sin clientela, no hay nada) y mínima actitud de progreso (que no es solo dinero). Suelen ser los pesimistas compulsivos quienes critican cualquier cierre de negocio, pero incluso las aperturas cuando el producto que se vende no les gusta, o quien promueve y arriesga les cae mal. Defienden el taxi, pero nunca se suben a uno. Sueñan con el cine, pero ven las películas en casa. Encargan las cortinas en una gran superficie, pero no en la tienda de toda la vida. Por supuesto, pagar más por lo mismo no parece racional, pero, ¿de verdad es el mismo producto? Y a la inversa, si el precio es muy parecido, ¿por qué no compramos aquí? (que cada uno defina su espacio cercano como quiera, Internet incluida). Claro, siempre resulta más fácil echar la culpa de la decadencia al ‘político’ de turno, así, sin más, al tiempo que se urge a otro ‘político’ para que lo arregle todo.

Las añejas librerías de viejo nos sirven de ejemplo. Trabajan en red desde hace años y en sus páginas web se pueden buscar y comprar todo tipo de libros. Eso es innovar la tradición, utilizando nuevos canales de promoción y distribución, además, con plenas garantías de consumo y sin economía sumergida, ya que todo queda registrado. Tomen nota.

Avilés no puede vivir sin industria. Sería un ente sin alma y sin futuro. No hay sustituto a corto plazo para la actividad y el empleo de las fábricas, pero tampoco perdamos de vista que la alternativa o el complemento pueden estar a 20 kilómetros de distancia o a pocos millones de euros de inversión. Las industrias que han muerto o que mataron por desinterés ya no sirven como esperanza. Habrá que buscar nuevas actividades y otros mercados. Aquí es donde tenemos que echar el resto con las manzanas de acero, las islas de innovación, los centros de cultura y los recursos de turismo.

Vuelvo a Sabina: “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Cualquier tiempo pasado solo fue anterior. 


Publicado en La Voz de Avilés el 26 de enero de 2019


martes, 15 de enero de 2019

Inversiones del Estado: ora pro nobis


Todas las mañanas amanece, que no es poco. Y es que, puestos a hablar por hablar, la discusión –que no debate- sobre las inversiones directas del Estado en las comunidades autónomas es más propia de una película de José Luis Cuerda que de un enfoque de política económica sensato y riguroso. En los argumentarios políticos y titulares periodísticos se entrelazan obviedades con sentimientos de agravio, resultando de todo ello un caldo gordo que no permite vislumbrar más que un reflejo muy distorsionado de la realidad.

Para empezar, sería muy conveniente no olvidar que la inversión “del Estado” es justamente eso, suya, para repartir a conveniencia, dicho sea en el mejor sentido de la palabra, con obvio respeto a las normas de aplicación, pero con el criterio político que en cada momento sea mayoritario. Diga lo que diga una cláusula de un estatuto de autonomía, el Estado no queda vinculado “en la definición de su política de inversiones, ni menoscaba la plena libertad de las Cortes Generales para decidir sobre la existencia y cuantía de dichas inversiones”. No lo afirmo yo (algo que tendría escaso valor argumentativo), sino que lo sentencia el Tribunal Constitucional. Y esto sí debe ser tenido muy en cuenta.

En segundo lugar, no es posible que el agregado de todas las cláusulas particulares de reparto sume siempre 100, por aritmética simple, ya que cada comunidad autónoma, en buena lógica, hará valer las que más le benefician (renta relativa, población, dispersión, kilómetros de autovías o consumo de sidra en hectolitros). Ni siquiera tendría sentido un hipotético acuerdo en torno a una fórmula polinómica y multivariante, ya que sería tanto como coartar la mencionada libertad de las Cortes Generales, para convertirlas casi en una mera oficina de trámite.

Una tercera obviedad, casi de Perogrullo: no es posible gastar indefinidamente en un territorio muy por encima del resto, ni en términos absolutos, ni por habitante. Ese aporte diferencial, siempre legítimo desde el punto de vista político, podrá proseguir durante más o menos tiempo, tanto más y con mayor intensidad cuanto mayor sea el déficit histórico en infraestructuras, pero algún día debe ceder frente a otras prioridades, entre las que también estarán las inversiones estatales no asignables a un solo territorio, puesto que benefician a varios de ellos y al conjunto. Una vez superado ese hándicap, esto es, una vez terminadas o encarriladas las grandes obras, ¿hay qué seguir inventando autopistas, puertos o trenes de alta velocidad? Claro que no, ni por eficiencia, ni por equidad, ni por sostenibilidad financiera y ambiental, debiendo enfocar los objetivos presupuestarios a partir de entonces hacia la maximización social de lo ya construido, incluido su mantenimiento en condiciones óptimas, así como la interconexión con el conjunto de la red. ¿Nos animamos a diseñar por fin un presupuesto por objetivos o seguimos en el incrementalismo puro y duro?

En cuarto lugar, convendría recordar que muchas inversiones programadas no se ejecutan en tiempo y forma, lo que en la práctica presupuestaria supone repetir, un año sí y otro también, determinadas actuaciones anunciadas y programadas, pero nunca iniciadas o terminadas. Otro gran desafío.

Las noticias falsas, tan de moda, son inaceptables. Pero las informaciones verídicas, cuando se retuercen y manipulan hasta límites insospechados, son incluso más peligrosas, pues siempre habrá una fuente en origen que las acredite, un cargo político que las haga suyas y un votante que las apoye. Peor aún resultan cuando excitan el oprobio territorial o directamente apelan a las vísceras y ensalzan las esencias nacionalistas. Hablar desde la prensa de “maltrato” (cuando es un tema tan serio en otros ámbitos), “recompensa” (por unos supuestos favores prestados), “robo” (aquí nadie tiene más derecho de propiedad que otro) o “rendición” (como si esto fuese una guerra), es predisponer a las ciudadanía frente a los políticos y, lo que es más grave, frente a la Política. Luego nos extrañamos de la crisis de la democracia y de la desafección por el Estado de las autonomías.

Mientras todo eso acontece, persiste la extrema debilidad del Fondo de Compensación Interterritorial, un recurso que por imperativo constitucional está destinado a “corregir desequilibrios económicos interterritoriales y hacer efectivo el principio de solidaridad”. ¡Nada menos! Sin embargo, ya son demasiados años de recortes y congelaciones, sin que parezca importar demasiado. Con los actuales y escasos 600 millones de euros para todos los territorios beneficiaros (poco más de 400 de aplicación directa) es muy difícil que ese ambicioso mandato se pueda cumplir, sobre todo en un contexto de reducción progresiva de los fondos europeos. He aquí un enorme reto para la próxima financiación autonómica, como volvió a señalar en 2017 la Comisión de Expertos, retomando planteamientos homólogos anteriores.

En fin, son muchos temas para abordar y casi todos ellos cruciales. Empecemos por alguno. Eso sí, al próximo opinador, tertuliano o periodista que afirme ser “de letras” (y, por tanto, según su mismo criterio, incapaz de interpretar cifras), algunos le contestaremos que, como somos “de números”, vamos a apagar la tele y dejar de leer sus panfletos. 
Publicado en el blog De fueros y huevos (Rifde-Expansión) el 15 de enero de 2019