lunes, 24 de septiembre de 2018

Sidra y reguetón


Me gusta escribir. Me encanta la sidra de buen palo y bien escanciada. Y si juntamos ambas cosas, llegamos a este texto, cifra redonda de 100 personales quebrantos que llevan navegando avante libre desde hace ya 9 años en La Voz de Avilés. El medio centenar lo celebré en su momento con una columna dedicada a cachopos y gintonics, lo cual me preocupa un poco, aunque también me hace recordar que toda fiesta en este país –en el grande y en el pequeño- suele ir acompañada del embrujo etílico. En su justa medida, claro.

Que nadie me critique por frívolo. Tampoco pretendo tener una denuncia por incitar al bebercio (“cosas veredes, amigo Sancho”, más, en estos tiempos de piel fina). Solo quiero dejar claros dos elementos que, en mi modesta opinión, llevan años estropeando las celebraciones en grupo, sobre todo las masivas. Dos grandonismos, también en el lenguaje, que están poco a poco destruyendo una forma de ocio, diurno y nocturno, de la que se podrán decir todas las críticas que se quiera, pero que reivindico por ser la de mi generación y la de varias anteriores, así que no debe ser tan mala, ni tan carca. Uno de eso elementos es arte, dicen. El otro, una simple perversión de algo que siempre se hizo, pero a mucha menor escala y de un modo más discreto. Ambos, son especies colonizadoras, invasivas y han venido para quedarse, si no se toman medidas. Los habéis adivinado: son el reguetón y el botellón.

Sobre gustos musicales, cada persona tiene el suyo, como el culo y el corazón. Nada que decir, salvo una cosa: respeten los míos también, sin forzarme a la misma repetición una y otra vez, o a la incomparecencia, por pura rendición frente a un “enemigo” imbatible. Me da la sensación de que no se quiere dar esta batalla y que la música de baile se reduce a una pobre expresión de toda la variedad que existe (y no digamos ya en el mundo latino). Quienes preferimos la salsa al kétchup, o el merengue a la nata de bote, también preferimos que nos pinchen música de calidad, y hasta pachanga, pero no un monotema (por cierto, con letras de muy mal gusto bastantes veces). Antes –y no hablo de hace décadas- cada bar u orquesta tenía su estilo propio y, si no te gustaba, cambiabas al de al lado o no acudías a esa verbena. Me enerva bastante la homogeneidad impuesta ahora. Añado una intuición económica: la hostelería pierde dinero con esta estrategia. Conmigo, desde luego.

Y qué decir del botellón. Lo que en su momento fue una vía de escape a los precios caros o la manera de reunir un grupo, hoy degeneró hasta tener vida propia y comerse –literalmente- nuestras mejores fiestas (ojo al símil con el plumero de la Pampa: antes simpático y ahora peligroso). Admiro lo que intentan hacer en el Carmín de La Pola, incluso planteándose suprimir un año la romería si el vodka sigue empujando a la sidra. Aplaudo que el Xiringüelu de Pravia separe las casetas de toda la vida de este nuevo fenómeno, aunque me temo que es barrer debajo de la alfombra. Sin embargo, critico con dureza a los organizadores que solo quieren gente sobre gente, acumulaciones para batir un deshonroso récord, aunque sea a costa de laminar la tradición, el buen ambiente, la limpieza y hasta la seguridad. Cantidad frente a calidad. No deberían ser incompatibles, pero si hay que elegir, casi mejor la segunda.

Volviendo a la sidra, no olvidemos que estamos ante la bebida social por excelencia, una de las más sanas (insisto, con moderación) y autentica seña de identidad de Asturias. La cultura de la sidra está reconocida oficialmente como Bien de Interés Cultural y aspiramos a que también sea declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco (por cierto, el tango, otro de las músicas latinas por excelencia, ya lo es; el reguetón, creo que no).

Cuidemos la pomarada, la manzana, el llagar, la botella, la etiqueta, el vaso, el chigre, la romería y la jira. Demos a la buena sidrería y a la sidra seleccionada el impulso diferencial que merecen. Reconozcamos al escanciador el valor que tiene y paguémosle el salario más alto que debe cobrar (la maquinita jamás será un sustituto de la persona). Saquemos todo el valor añadido a la industria de productos derivados (orujos, licores, vermús, mermeladas o dulces de todo tipo), a los usos alternativos en gastronomía y, por supuesto, a la exportación. Respetemos el “vino español”, pero por favor, alcaldesas, presidentes, gerentes de empresas y demás responsables: ¡más sidra asturiana en las inauguraciones! Y brindemos con un culín.

Publicado en La Voz de Avilés el 24 de septiembre de 2018 

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