miércoles, 10 de junio de 2015

Carteles y conciencias


Por la carretera de La Plata, girando hacia Llordal, encontramos un curioso cartel que dice lo siguiente: “Propiedad privada. Prohibido arrojar basuras”. En Google Maps vemos la versión de 2008 que prohibía “tirar escombro”, lo cual cambia poco. Personalmente, recomiendo acercarse hasta este rincón de Castrillón y, de paso, disfrutar de su paisaje.

El letrero invita a una reflexión con varias preguntas. Para empezar, la más obvia: ¿hay que recordarle todavía a alguien que no se deben tirar escombros o arrojar basuras en cualquier sitio? ¿No están para eso los puntos limpios y los contenedores homologados? Recuerdo hace años otro lugar, en la carretera entre Soto y L’Arena, utilizado hoy para pasar el día de comida o tomando el sol, con buena hierba, senda peatonal, mesas de madera y vistas a la desembocadura del Nalón, a la vera de El Castillo, donde a finales de julio celebran sus fiestas. Aquello era un vertedero ilegal y hoy es un refugio del nordeste playero de Los Quebrantos o simplemente un sitio agradable y bien comunicado. De no haber mediado aquella intervención pública para clausurar el vertedero, me temo que hoy la situación sería bien distinta.

Volvamos al cartel. Me llama también la atención que destaque la propiedad “privada”. ¿Acaso si fuese pública tendríamos permiso para contaminar y echar mierda? La respuesta es tan obvia que me la ahorro. Lo preocupante es que mucha gente sigue sin valorar lo que es de todos, lo público, pero, eso sí, cuando les tocan la pared de su casa o el linde de su terreno, entonces saltan y protestan.

Ese desprecio que algunos siguen manifestando hacia lo público se puede observar en el medioambiente (montes, playas, ríos, parques), pero de igual modo en el mobiliario urbano, los edificios administrativos, los caminos vecinales e, incluso, en servicios esenciales como sanidad o educación. Exigimos con voz alta la máxima calidad, pero protestamos de forma airada cuando nos toca pagar impuestos, sabiendo que son el “precio” de la sociedad civilizada que pretendemos. Si algunos no tienen rubor a la hora de rayar un banco, defraudar, ensuciar la calle o prender fuego en días de sol, no deberían chillar tanto cuando peligra su finca particular o cuando tienen que hacer la declaración de la renta o del IVA.

Hasta el más liberal entre los liberales defiende un mínimo papel del Sector Público para garantizar la propiedad privada. En el otro extremo, estarán quienes defienden la total intervención pública en la economía para regular todos nuestros comportamientos. Entre esos dos extremos creo que estamos la inmensa mayoría de quienes defendemos un espacio compartido, con una ética personal sobre nuestros intereses colectivos que nos impida hacer barbaridades, sin necesidad de que las prohíban un cartel o una ley, sino porque estamos convencidos de ello.

Publicado en La Voz de Avilés el 10 de junio de 2015


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