jueves, 3 de marzo de 2016

Amores y políticas

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Una de mis canciones favoritas es Lágrimas negras, del compositor cubano Miguel Matamoros. Me vale en cualquiera de sus múltiples versiones, aunque si tengo que quedarme con una, lo hago con esa que une la voz de María Dolores Pradera y la música de Cachao. Pura poesía en esa letra. Pura magia en esos sones.

Otra canción que me embelesa es la que lleva por título Échame a mí la culpa, cuyo letrista, el mexicano Ferrusquilla, murió a finales de 2015, tras casi un siglo de larga vida. ¿Quién no conoce la versión de Albert Hammond, una de las melodías más difundidas de la historia musical en español?

Letras de amor y perdón, como tantas, pero con un elemento común: su desprecio al rencor y a la mala baba. Aunque al protagonista de la primera lo han echado en el abandono y le han muerto todas sus ilusiones, en sus sueños sigue colmando a la otra persona de bendiciones. En la segunda, algo parecido: el narrador está lleno de razones para despreciar a la otra parte y, sin embargo, quiere que sea feliz.

A quien se ha querido con ganas, aunque el final haya podido ser tormentoso, no deberíamos desearle mal. En eso justamente consiste el rencor. Por desgracia, hay quien exagera hasta el límite de soportar maltratos y eso, ni qué decir tiene, resulta intolerable. Son casos en los que aquel supuesto amor no era cariño, sino obsesión o posesión. Y no suelen acabar bien, incluso, a veces, de la peor manera posible, la que ya no tiene remedio. Quienes hablan de “mi mujer” o “mi marido” como de “mi camisa”, con sentido de propiedad y usufructo, se alejan de la faceta humana. Celos que envenenan, odios y envidias que desgastan, hasta impedir ver una nueva luz y remontar el bache sentimental.

Los psicólogos utilizan el concepto de mindfulness o conciencia plena, el cual yo traduzco como tirar para adelante o mirar siempre el lado bueno de la vida, tal y como cantaban los crucificados de Monty Python al final de La vida de Brian.

Por no terminar bañados en almíbar o con excesiva moralina, podemos hacer uno de esos saltos al vacío, aplicando esta suerte de doctrina vital al mundo de la política, tan innovadora en los últimos tiempos, aunque no siempre para bien. Por ejemplo, cuando la canción de Ferrusquilla dice eso de “sabes mejor que nadie que me fallaste, que lo que prometiste se te olvidó”. ¿A qué parece el discurso del socio parlamentario despechado, cuando se dirige al presidente al que estaba apoyando con sus votos? Y, con todo, prosigue la letra, ese antiguo colaborador termina diciendo “que allá en el otro mundo, en vez de infierno, encuentres gloria”. ¡Qué feliz deseo!

En fin, escuchemos de nuevo las dos canciones citadas. Merece la pena.

Publicado en La Voz de Avilés el 3 de marzo de 2016 

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