jueves, 15 de septiembre de 2011

Indigno y desleal (sobre el ataque al Centro Niemeyer)


A propósito del Centro Niemeyer de Avilés parecía ya todo dicho. La oposición inicial del PP, con el alcalde de Oviedo a la cabeza, era cosa del pasado. Por la fuerza de los hechos, esa incredulidad inicial se convirtió en aceptación vigilante. Pero no era suficiente.

Parecía que el proyecto -ahora ya realidad- se asumía como un éxito de visitantes y programación (ahí están las cifras y los nombres ilustres). Y todo gracias a un amplísimo apoyo ciudadano (por no decir unánime) y una austeridad presupuestaria digna de ser reseñada (sin ir más lejos, la obra costó la décima parte que la Cidade da Cultura de Santiago o el edificio de Calatrava de Oviedo). Pero tampoco bastaba eso.

La ilusión que genera el Centro Niemeyer no es la de creyentes cegados por la fe, sino la de una ciudadanía entusiasmada. El nombre de Avilés se escucha con fuerza en los circuitos culturales internacionales, ocupando hasta páginas de ilustres diarios en Londres, Nueva York o Río de Janeiro, por citar sólo algunos ejemplos. Nuestra ciudad por fin parece haber encontrado el complemento perfecto a su monumental casco histórico-artístico y a su potente industria. Y digo complemento porque significa justo lo contrario de sustituto. Todo ello configura el Avilés del siglo XXI. Pero ni con esas.

Con un proyecto consolidado y fuera ya de discusión, ¿por qué viene ahora el gobierno de Álvarez-Cascos a querer desmembrar lo construido? Y obviamente, no me refiero al hormigón, sino a todo lo intangible, lo realmente valioso.

No conozco en persona a Natalio Grueso ni a nadie de su equipo. No me hace falta para poder ensalzar y reconocer su acierto en los canales abiertos por el mundo, así como en la programación diseñada hasta el momento. Igual que de justicia es reconocer el fundamental impulso político dado por el presidente Areces, así como todo lo que viene a sumar Manolo Díaz como presidente del Patronato, añadiendo aún más prestigio internacional y valiosos contactos. Todos estos son hechos incuestionables y, por ello, deberían ser motivo de orgullo para Avilés y para Asturias. Y sin embargo, no les sirven.

No pretendo caer en el elogio gratuito (y si lo puede parecer, lo retiro). Pero menos aún me atrevería a lanzar graves imputaciones si antes no dispongo de ciertos datos que, quien las lanza, incluso reconoce no tener. La acusación sin pruebas puede degenerar en calumnia o difamación. Todos cometemos fallos, pero no es menos cierto que no todos los errores son garrafales ni todos acarrean las mismas consecuencias. Intentar poner en solfa una buena gestión, reconocida incluso fuera de nuestra tierra, me parece un despropósito. Un lujo innecesario. Envidia como deseo de algo que no se posee, pero que se pretende usar como si fuera propio.

Ni que decir tiene que las cuentas de la Fundación Niemeyer hay que fiscalizarlas hasta el último euro. ¿Quién no va a suscribir esta evidencia? ¿Hay alguien más que ponga en duda que no se estuviese haciendo ya dicha auditoría, básica y obligatoria, por otra parte?

¿Transparencia? Toda, faltaría más. Pero con dignidad, lealtad y respeto a las formas y los procedimientos. ¿Cómo si no se debe entender la exigencia de hacer pública la agenda de Natalio Grueso? ¿Por qué no le piden también una copia de la llave de su casa? No confundamos nunca la necesaria transparencia con la represalia interesada o el ensañamiento.

La alcaldesa de Avilés (que no del PSOE, sino de todo Avilés) no debería ceder en esta pugna que es la de una ciudad entera por su futuro.
 
Publicado en La Voz de Avilés el 15 de septiembre de 2011

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