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Que el plagio es una mala práctica lo sabe todo el mundo. Que debe ser desterrada y aislada, parece obvio. Que, además, forma parte de los delitos contra la propiedad intelectual y que implica cárcel y multas, debemos tenerlo presente, como nos recuerda el Código Penal. Sin embargo, muchas veces el plagio no recibe su merecido castigo e incluso se recompensa. Supongo que aquí podrán sentirse aludidas personas autoras de libros, partituras, películas, artículos, dibujos, esculturas o cualquier otra manifestación cultural, profesional o científica salida de sus sienes, a la que otra persona accede para apropiársela sin escrúpulos.
Pido disculpas por adelantado por el tono profesoral, pero es que a veces uno se pasma de lo que lee en algunos foros o de las opiniones que escucha, bastante atrevidas, quién sabe si por ignorancia, osadía o mala fe (no sé qué es menos disculpable).
Recordemos que plagiar no es sinónimo de copiar, ni tampoco de citar o versionar. Un pintor de nuestros días puede tratar de copiar un cuadro de Velázquez y no estará haciendo nada malo, incluso podrá mejorarlo (aunque esto último es bastante difícil). De igual forma, el autor de un libro sobre la estructura económica de España podrá –o, más bien, deberá- citar los antecedentes ya publicados sobre el tema, eso sí, anotando las fuentes exactas de las que está bebiendo. Tercer ejemplo: una directora española puede versionar una película clásica de Hollywood y redondear una obra maestra (o montar una pifia; todo es posible). Lo que no vale es el plagio puro y duro, intentar pasarse de listos, menos aún en la era de Internet y las redes sociales, donde en pocos segundos cualquiera puede detectar el fraude. El hurto intelectual, académico o artístico no es justo, pero tampoco es inteligente porque se descubre más temprano que tarde.
Si hubiese que buscar un sinónimo de plagiar, sería fusilar, evidentemente, en el sentido que aquí contamos. Por desgracia, ya son demasiados casos famosos los que se están conociendo, incluyendo ministras alemanas, falsos periodistas esnob, “cronistas carroñeros” (esto lo tomo de Sabina), rectores españoles y hasta primeras damas estadounidenses, sin contar un sinfín de ejemplos discretos, pero igual de graves. Como dice la fábula clásica, el que plagia es una corneja desplumada, muy aparente en principio, pero ridícula cuando le quitan las plumas que arrancó al resto de pájaros.
Cuando Unanumo dijo “¡qué inventen ellos!”, no quería decir que la ciencia o la creación se las fuésemos a dejar a otros (sus palabras fueron tergiversadas muchas veces en este sentido), sino que debemos aprovecharnos de la luz que algunos encendieron para seguir produciendo conocimiento o arte. Sin plagiar, claro.
Publicado en La Voz de Avilés el 29 de marzo de 2017