Tengo cierta sensación de fin de época en Avilés y en toda Asturias. No es malo, simplemente es una percepción, equivalente a decir que siento frío. Todo relativo.
El año pasado fueron varias las efemérides que conmemoramos por este lugar del mundo, desde la más antigua, los 1.300 años del Reino de Asturias, hasta la inmediata, el ‘año cero’ de una nueva ola de feminismo. Un siglo también desde la declaración del Parque Nacional de la Montaña de Covadonga y el mismo tiempo transcurrido desde la ‘coronación’ de la Santina.
El año pasado fueron varias las efemérides que conmemoramos por este lugar del mundo, desde la más antigua, los 1.300 años del Reino de Asturias, hasta la inmediata, el ‘año cero’ de una nueva ola de feminismo. Un siglo también desde la declaración del Parque Nacional de la Montaña de Covadonga y el mismo tiempo transcurrido desde la ‘coronación’ de la Santina.
El diario El Comercio cumplió 140 años y La Voz de Avilés celebró 110 vueltas al sol. La COCINA (o sea, la Cámara Oficial de Comercio, Industria y Navegación de Avilés, según el acrónimo popularizado por Venancio Ovies) acaba de soplar 120 velas (en realidad, el 1 de enero de 2019), mientras que el Real Club de Tenis Avilés sumó su primer medio siglo.
Se cumplieron cuatro décadas de la preautonomía asturiana, con la creación en 1978 del Consejo Regional de Asturias, antecedente inmediato de nuestra Comunidad Autónoma. Y, por supuesto, de la Constitución Española, sobre la que tanto se ha dicho y escrito, casi siempre para bien. De nuevo en lo local, fue aquel año 1978 el del nacimiento de la exitosa Fundación Deportiva Municipal de Avilés.
Pero Avilés terminó 2018 despidiendo a su primer alcalde democrático y empezó 2019 sin el presidente autonómico que impulsó, entre otras actuaciones, el Centro Niemeyer. También se fue Juan Cueto Alas, artista amplio y ‘glocal’, Sardina de Oro (entre otros muchos reconocimientos) y gran defensor de lo antiguo modernizado, en sana convivencia con lo innovador que respeta el pasado.
Seguro que tenemos muchas más cosas que recordar, pero no es menos cierto que el retrovisor del coche empieza a estar gastado de tanto mirarlo. En cambio, las luces largas alumbran poco, no más allá de nuestro patio particular o de unos pocos meses.
Me resulta frustrante leer elogios a aquel Avilés sucio y gris de hace unas décadas, al lado de críticas a la limpieza y la restauración de hoy en día. El recuerdo es libre, pero la realidad es la que es: nunca será mejor un puente en ruinas y cerrado que otro colorido y en servicio. O un casco histórico lleno de coches que otro para pasear disfrutando. “Al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de volver”, como canta Sabina.
Es doloroso observar que cierran comercios clásicos, por la nefasta conjunción de tres ausencias: personas que den el relevo (sea nuevos emprendedores o continuadores del negocio familiar), otras que acudan a comprar (sin clientela, no hay nada) y mínima actitud de progreso (que no es solo dinero). Suelen ser los pesimistas compulsivos quienes critican cualquier cierre de negocio, pero incluso las aperturas cuando el producto que se vende no les gusta, o quien promueve y arriesga les cae mal. Defienden el taxi, pero nunca se suben a uno. Sueñan con el cine, pero ven las películas en casa. Encargan las cortinas en una gran superficie, pero no en la tienda de toda la vida. Por supuesto, pagar más por lo mismo no parece racional, pero, ¿de verdad es el mismo producto? Y a la inversa, si el precio es muy parecido, ¿por qué no compramos aquí? (que cada uno defina su espacio cercano como quiera, Internet incluida). Claro, siempre resulta más fácil echar la culpa de la decadencia al ‘político’ de turno, así, sin más, al tiempo que se urge a otro ‘político’ para que lo arregle todo.
Las añejas librerías de viejo nos sirven de ejemplo. Trabajan en red desde hace años y en sus páginas web se pueden buscar y comprar todo tipo de libros. Eso es innovar la tradición, utilizando nuevos canales de promoción y distribución, además, con plenas garantías de consumo y sin economía sumergida, ya que todo queda registrado. Tomen nota.
Avilés no puede vivir sin industria. Sería un ente sin alma y sin futuro. No hay sustituto a corto plazo para la actividad y el empleo de las fábricas, pero tampoco perdamos de vista que la alternativa o el complemento pueden estar a 20 kilómetros de distancia o a pocos millones de euros de inversión. Las industrias que han muerto o que mataron por desinterés ya no sirven como esperanza. Habrá que buscar nuevas actividades y otros mercados. Aquí es donde tenemos que echar el resto con las manzanas de acero, las islas de innovación, los centros de cultura y los recursos de turismo.
Vuelvo a Sabina: “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Cualquier tiempo pasado solo fue anterior.
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