Como decía la copla, “nadie sabe, nadie sabe, aunque todos lo quieren saber”. O el bolero: “usted es la culpable, de todas mis angustias y todos mis quebrantos”.
Resulta que un grupo de chicos se suben en un “dieciséis”, o sea, en un cuadrado perfecto de cuatro por cuatro. En pleno temporal de invierno, deciden investigar el apareamiento de las cabras en el puerto más pindio de Asturias, pero el coche se para cuando ya no puede más. Piden ayuda de urgencia desde sus móviles de última generación y el encargado de proporcionársela, con inteligencia, les dice que van a tener que esperar un poco. Por lo menos, veinte años, a ver si maduran.
Un poco más abajo, se estaba iniciando la autopsia a un hombre vivo, pero cuando el forense iba a abrir la caja (torácica), el muerto despertó protestando. No iba a permitir de ninguna manera que se le practicase una vivisección, aunque llevase la anestesia puesta o solo porque su muerte la hubiesen decretado dos médicos titulados.
Mientras, en las carreteras mesetarias españolas quedan atrapadas miles de personas en sus vehículos. Se anunciaba nieve y nevó. Se anunciaba frío y heló. Se anunciaban atascos y colapsó. Con todo y con eso, unos cuantos se echaron carretera adelante, otros prefirieron permanecer en el calor sevillano y hasta hubo una empresa de autopistas que siguió cobrando el peaje para entrar a una ratonera. Más inteligente –que no listo ni listillo- fue el veterano camionero que sacó su manta, se metió en la cabina y echó una siesta. Hasta que escampó.
Entre errores, despistes, camillas y cafés, aparecen casi de inmediato la denuncia, la reclamación y la paga. Los “afectados” exigen al “gobierno”, así, en abstracto, una indemnización, si es en efectivo, tanto mejor. La culpa es suya, del otro o de nadie, pero nunca de los susodichos, ni siquiera compartida o solidaria. El “Estado” (podemos quitarle la penúltima letra para que suene más cabreado) es el que obliga a portarse mal y a no seguir las indicaciones. Es el responsable y punto. Común denominador a todo lo anterior.
No somos simétricos en criticar y apoyar, algo humano, pero no siempre justo. Nos falta cultura colectiva, desempeño común, una bandera que nos una (y no hablo de las de trapo que se sacan a los balcones, aunque a veces también). En España la institución familiar es muy apreciada (muy buena cosa y hecho diferencial latino), pero en cambio la institución administrativa es muchas veces el enemigo a batir. Aplaudimos el gasto y la pensión, pero no el impuesto que los financia. Pues no vale.
Publicado en La Voz de Avilés el 29 de enero de 2018
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