viernes, 24 de octubre de 2014

Democracia y votaciones



¿Es bueno votar? ¿Y cumplir con la legalidad? Si usted ha contestado con un doble sí, es un autentico demócrata. Si responde sí a la primera y no a la segunda, la cosa se pone fea. Si contesta no a la primera y sí a la segunda, descuide, terminarán pasando por encima de usted. Y si contesta con sonoras negativas a ambas, hágaselo mirar o terminará en prisión.

Los referéndums no “los carga el diablo”, como dijo hace unos años Josep Borrell, a la sazón, presidente del Parlamento Europeo. Más bien constituyen instrumentos avanzados y directos de democracia, complementos valiosos a la democracia representativa, pero no sustitutivos de ésta, salvo que estemos hablando de un concejo abierto o de la comunidad de vecinos del portal. Del mismo modo, la iniciativa popular no puede soslayar la iniciativa legislativa del gobierno o de los grupos parlamentarios, aunque sí puede introducir en la agenda política temas que a los representantes se les “olvidan”.

Decía Jefferson que las constituciones deban tener una vigencia plena de dos décadas, tiempo que él asociaba con una generación. Probablemente 20 años sean más que nada (contradiciendo el clásico tango), pero también es cierto que parecen poca cosa como para plantear una revolución cada día. El periodo “natural” de maduración podría ser de 35 años, 50 o un siglo entero, imposible saberlo con certeza. Pero alguno tiene que haber. Como un atleta que no entrena, el inmovilismo conduce a la esclerosis y al caos. Tampoco nos creamos que una reforma constitucional es un bálsamo para todos los problemas. Podrá curar muchos, pero no todos, algo tan obvio que resulta ocioso recordarlo.

Ni un referéndum puede preguntar cualquier cosa, ni la respuesta resuelve sin más la cuestión de fondo, salvo que el resultado sea abrumador. Tampoco un cambio de gobierno o una décima más de crecimiento del PIB implican el fin de la crisis de forma automática. Ni un plan de ordenación urbana arregla por sí solo los desaguisados anteriores, ni termina con ciertas corruptelas. Y qué decir de las primarias; regeneran el tejido, sí, pero no ocultan todas las arrugas de la piel democrática (aunque mucho peor es su inexistencia o la dedocracia pura y dura).

Por vez primera, escucho a gente amenazar literalmente con su voto (“nos veremos en las elecciones”, dicen con rabia). Bienvenidos –o bienaventurados- quienes esta vez van a votar sin haberlo hecho antes. De esas personas –y del resto, claro- será el reino de las urnas. 


Publicado en La Voz de Avilés el 24 de octubre de 2014.

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