Dicen que viajando se cura la enfermedad pueblerina, suponiendo que tal cosa –ser y sentirse de pueblo- sea algo malo, antes que un motivo de orgullo, como para mí lo es.
El pasado mes tuve ocasión de viajar por primera vez a Filipinas por motivos profesionales y allí me encontré con algunos de nuestros vicios públicos de antaño y hogaño. A la inversa, también vi cosas que aquí ya no tenemos y que se echan de menos.
Por ejemplo, observé que sólo quedan restos de la lengua española, merced al imperialismo idiomático del inglés y a una –juzgo yo- equivocada política por parte de los sucesivos gobiernos filipinos. Esto no tendría mayor importancia, de no ser porque ese país fue colonia española hasta hace poco más de 100 años y porque, a día de hoy, sus habitantes y lugares siguen llamándose con nombres y apellidos de evidente origen español. La pérdida de una lengua siempre es un drama, pero el uniformismo que se pretende imponer me parece una pura tragedia (lo mismo digo para otras latitudes o para Internet).
Otro aspecto que destaco es la evidente pobreza del país, matizada por una “clase política” oligárquica (ahí sí que existe tal cosa) y por una desigualdad tremenda que está larvando graves conflictos sociales. ¿Nos suena esto de algo?
El pueblo filipino ensalza a sus héroes nacionales, con José Rizal a la cabeza. Por el contrario, en España se olvida o se machaca a muchas personas valiosas, sobre todo si se significan en política o si tienen cierto éxito. El avilesino José María Malgor en sus ‘Observaciones de un extranjero’ escribió en los años 30 del siglo pasado que “la colectividad agrupante es injusta con el cívico, mas el subjetivo es comprensible y disculpante”. Casi como ahora.
En Filipinas son muy católicos; aquí ya no. En Filipinas hay 100 nacimientos cada día en un hospital urbano, mientras que aquí nos faltan camas para nuestros mayores. Las gentes de Filipinas aprecian la educación pública, a pesar de sus limitados recursos. Y algo más: muestran una amabilidad –no confundir con servilismo- digna de elogio. Todo ello nos hace ver que la felicidad no sólo está en el PIB.
Filipinas quiere reformar sus estructuras de gobierno para hacerlas menos corruptas y más democráticas y eficientes. ¿También nos suena esto? A este formidable reto España debería contribuir más a través de la cooperación internacional al desarrollo.
En fin, viajar sirve para relativizar y aprender.
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