Gaspar Meana |
Como ya escribí alguna vez, cuando uno se pone a hablar sobre impuestos, de entrada suele tener al público en contra. Así es porque durante demasiados años los impuestos fueron denostados porque –decían algunos- “suponen una intromisión en la libertad individual”, “expolian nuestra renta” y “nos hacen menos competitivos y felices”.
Desde finales de los años 70 del siglo pasado existió un amplio consenso en la idea de que bajar los impuestos era algo bueno, fuese nuestra inclinación neoclásica o keynesiana o nuestra ideología de izquierdas o de derechas. El supuesto objetivo era el mismo: liberarnos de una carga fiscal excesiva, de un esfuerzo fiscal insoportable o de una presión fiscal demasiado alta. Las palabras nunca son inocentes: carga, esfuerzo, presión. No encontramos ni una sola que tenga connotación positiva. Por cierto, en la jerga universitaria también hablamos de 'carga docente' cuando se reparten las asignaturas, como una pesada losa que hay que sobrellevar, cuando en realidad es la esencia de la profesión y el concepto por el que se cobra. Pero, en fin, volvamos a los impuestos.
Yo nunca he estado de acuerdo con ese mensaje simplificador. Habría que decir que todo depende, del tipo de impuesto, de cómo se instrumente la bajada concreta y, sobre todo, del papel que queramos dar al Sector Público, en tanto que aglutinador de preferencias, dinamizador de la economía y elemento de solidaridad con las personas más desfavorecidas. Menos impuestos suponen menos gasto público (el recurso al crédito siempre es limitado, como bien sabemos) y, por tanto, menor capacidad de intervención. Aquí las opiniones son infinitas, por eso sorprende tanto la hegemonía de ese discurso que defendía un Sector Público en retirada… hasta que llegó la crisis y “mandó a parar”.
El caso de España es curioso. Por un lado, tenemos uno de los indicadores de presión fiscal más bajos de la UE y la OCDE, pero la población percibe que paga más impuestos que en otros países comparables. Por otra parte, la población apoya muy mayoritariamente el pago de impuestos altos para financiar buenos servicios públicos, pero al tiempo somos uno de los países con más economía sumergida y fraude fiscal. A mi juicio, hay tres causas que justifican esta suerte de hipocresía fiscal: un sistema tributario mal diseñado y debilitado en los últimos años, una cuestionable ética fiscal y una escasa educación tributaria.
Sobre la primera cuestión, resulta obvio constatar que la crisis nos ha dado en las narices con la necesidad de acometer pronto una reforma fiscal que incida en los principios de suficiencia, eficiencia, equidad horizontal y vertical, simplicidad y flexibilidad. Creo sinceramente que España no tiene un problema de gasto público excesivo y sí de débiles ingresos fiscales estructurales. Creo también que persisten muchas injusticias, por ejemplo, por innumerables deducciones o por el trato favorable de las rentas del capital en el IRPF. Creo, asimismo, que el fraude fiscal es una lacra que se puede corregir en buena medida con más prevención, inspección y sanción, pero nunca con más amnistías. Pienso también que se pueden hacer impuestos mucho más sencillos de gestionar y de pagar, al tiempo que mejoramos su flexibilidad ante cambios en la coyuntura económica, social o política. Y creo, en fin, que España debe acometer esa reforma fiscal sin perder de vista la cuestión territorial porque esto es “cosa de tres”: Administración Central, Comunidades Autónomas y Entidades Locales, sin olvidar el marco supranacional de la UE.
Sobre la ética fiscal, hago mías las palabras del escritor catalán Xavier Febrés: “tenemos que encontrar una poesía vibrante al hecho de pagar impuestos, una emoción estética a la fiscalidad”. Cuestión difícil, pero no imposible, sobre todo cuando vemos que al caer dramáticamente la recaudación, hay que hacer ajustes draconianos. Los impuestos, como su nombre indica, no son limosnas. En esa fuerza coactiva reside una de sus críticas, pero es también su principal virtud. No existe otro instrumento tan potente como los impuestos para construir una sociedad civilizada.
Y llegamos a la tercera carencia: la escasa educación fiscal. En su 'Misión de la Universidad' (1930), Ortega establece un paralelismo entre los fundamentos de la Economía y de la Enseñanza. Para el filósofo, “la escasez es el principio de la actividad económica”, al tiempo que “la escasez, la limitación en la capacidad de aprender, es el principio de la instrucción”. Y dice más: “La Universidad tiene que estar también abierta a la plena actualidad; más aún: tiene que estar en medio de ella, sumergida en ella”. De otro modo, añade, estaríamos formando a un nuevo “bárbaro”, a un “profesional, más sabio que nunca, pero más inculto también”.
El libro que presentamos esta pasada semana en la Universidad de Oviedo lleva por título 'Impuestos para todos los públicos', coordinado junto a mi colega hacendista Francisco Delgado Rivero, con prólogo del ex ministro Carlos Solchaga, quien también nos acompañó en el acto. Los dos coordinadores de la publicación dirigimos desde hace cinco años un curso de verano cuyo objetivo, como el del libro, es justamente acercar una materia técnica a personas no expertas, pero que sí son y serán contribuyentes y sujetos pasivos de varios impuestos. Es una pequeña muestra de educación fiscal, una gota de formación para la ciudadanía, la misma que debería nacer en la Educación Primaria, desembocar en la Universidad y continuar a lo largo de toda la vida. Parece claro que si la educación ciudadana mejora, la ética fiscal aumenta y la reforma fiscal encuentra una opinión pública más receptiva. Ese es el camino hacia un nuevo círculo virtuoso en materia tributaria.
Decía el hacendista asturiano José del Campillo y Cossío en su 'España despierta' (1742) –título sugerente aún para nuestros días- que los tributos deben dar “reputación a la patria y no penalidad a los vasallos” (hoy diríamos ciudadanía). En este empeño debemos perseverar para tener un buen sistema fiscal, un Sector Público del que sentirnos orgullosos y, en definitiva, un país mejor.
Palabras pronunciadas en el acto de presentación del libro 'Impuestos para todos los públicos', celebrado el jueves 25 de abril de 2013 en la Universidad de Oviedo.
Publicado en El Comercio el 30 de abril de 2013
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