Corriendo por el playón de Bayas, se le olvidan a uno los problemas de la mente y del país, comenzando en ese momento otros muy diferentes en forma de músculos tensos y piernas que se hunden en la arena. Sin duda, merece la pena. Aquí, el azul de la mar, el verde del monte y el brillo del cielo en días despejados no tienen punto de comparación con nada.
Salgo de Los Quebrantos, paso el Pozacu y el Corralón, me entretengo mirando las dunas por donde cae el río Llumeras y, mientras llego hasta los cuerpos desnudos en Requexinos, no puedo dejar de maravillarme con la peña La Deva al fondo.
Cuando doy la vuelta, ya no la veo. El trote sigue por las mismas huellas que dejé hace unos minutos, pero con el pie cambiado. No es el mismo paisaje porque dar la vuelta no es retroceder, sino revivir, redescubrir. Enfocar con nuevos bríos lo que antes era algo superado y que ahora te parece inalcanzable por momentos.
Ya veo de nuevo el Corralón, con la marea subiendo y con el reloj lunar marcando la hora de pasar la roca sin mojarse de cuerpo entero (lo haré dentro de poco, eso nunca fue un problema). Y al final, el principio. Pero no me detengo y sigo hasta el río, dejando a mi izquierda L’Arena, el pueblo de la angula, los amigos, las noches de verano, las parrilladas en la Bajamar y alguna que otra chispera. Toco el espigón y enfilo la línea curva de la playa, cerrando así un circuito con forma de ocho tumbado o de infinito puesto en pie, según se mire.
Sólo falta mezclar el sudor con el agua, el calor con el frío, la pasión atlética con la furia de una tranquila marejada. Si nos da tiempo y el cuerpo aguanta, veremos caer el sol detrás de la barra, marcando el final de la luz del día, como la bola del reloj anticipa las campanadas de fin de año. Es el espectáculo que faltaba para redondear la función.
La crisis queda por momentos fuera del mundo. La melancolía es absorbida por la adrenalina y el corazón acelerado bombea ilusión para la nueva jornada. Decimos a menudo eso de “cargar las pilas”, pero realmente lo que deberíamos hacer es una terapia de choque por el Bajo Nalón o por nuestro trozo de paraíso particular. Desde luego, este es el mío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario