Madrid, 25-S de 2012 |
¿Somos conscientes de que esta tormenta económica y política no es pasajera? ¿Estamos preparados para una nueva cosecha tras el diluvio? Lo pongo en duda, al menos cuando escucho a ciertos líderes empresariales, sindicales o gubernamentales hablar en términos que parecen del medievo económico o de la prehistoria política.
Enterémonos de unas pocas cosas, aunque podríamos enunciar mil más. Una: el “ladrillo” ya no generará en España ni la renta ni el empleo de los años de la burbuja inmobiliaria (y además debe ser así porque aquello era una fantasía). Dos: las negociaciones laborales o se hacen con conciencia de clase y en un marco internacional (europeo) o no servirán de nada, frente a un capital cada vez más poderoso y unos gobiernos cada vez menos sensibilizados o con menos recursos (que, para el caso, es lo mismo). Tres: la Constitución de 1978 pide a gritos un cambio, lo que pasa es que hay demasiadas voces solistas en el concierto y muy poca armonía entre ellas.
La Historia la estamos escribiendo a marchas forzadas y en tiempo real. Nunca los minutos y las horas duraron tan poco. Pocas veces los acontecimientos giraron tan deprisa.
Hace una semana dimitía Esperanza Aguirre como presidenta de la Comunidad de Madrid, “por motivos personales”, pero con un evidente trasfondo político que dejaba huérfana (así los hemos leído) a una parte de la derecha política española. Hace también unos pocos días moría Santiago Carrillo y con él una parte fundamental del siglo XX, incluida la Transición, pero no sólo ni exclusivamente. Hasta el Rey se atrevió a hablar claramente de política (a su peculiar manera), cosa que no hacía desde aquel 23-F.
Éramos pocos. Cataluña lanza un órdago al mus del Estado de las Autonomías y el Gobierno de España responde sin bajar las cartas, lo que a su vez se interpreta por el presidente catalán como un desaire y da por terminada la partida. Y mientras, todos mirando al cielo europeo por ver si llueve el esperado rescate y, sobre todo, por ver si nos pilla con paraguas o a la intemperie de unos ajustes dramáticos.
A la hora de escribir estas líneas veo en la tele el Congreso de los Diputados rodeado de gente muy cabreada y a un presidente autonómico compareciendo por un supuesto saqueo de dinero público. Parafraseando a Javier Cercas, esto es más que la “anatomía de un instante”; es una patología del futuro.
Publicado en La Voz de Avilés el 27 de septiembre de 2012
2 comentarios:
Comparto tu análisis Roberto. En mi opinión, la incapacidad para reformar la Constitución es el signo más evidente de la parálisis política que nos aqueja desde hace ya bastantes años; el "España va bien" lo hemos proyectado sobre todas las instituciones y nos creímos que nuestro modelo era modélico, con lo que además de permitirnos recomendarlo urbi et orbe nos recreamos en él pensando que no cambiando nada todo seguiría igual. Lo que Hirschman llama "retóricas de la intransigencia" es paradigmático de lo que nos pasa pues estamos atrapados en esas retóricas conservadoras: 1) la tesis de la perversidad de los cambios (todo intento de cambio conducirá a la sociedad en el sentido contrario al cambio propuesto); 2) la de la futilidad (toda propuesta de cambio es inútil pues no se pueden realizar cambios reales sino meramente ilusorios) y 3) la del riesgo (las propuestas de cambio pueden hacer peligrar los logros alcanzados). Creo que mientras no superemos esas retóricas, y hay grupos y partidos poco interesados en superarlas, seguiremos en crisis y con quebrantos.
Gracias Miguel. Comparto totalmente opinión.
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