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De los 47 millones de españoles, sólo uno de cada tres tiene ahora edad suficiente como para haber podido participar en el referéndum constitucional de 1978. En otras palabras: hay más de 30 millones de españoles que no pudieron votar la Constitución Española en su momento. Incluso en la primera hipotética oportunidad que se presenta, en el año 2011, se nos niega la posibilidad de “hablar” por vía de referéndum. No es de extrañar el desafecto o la indiferencia de una buena parte de la ciudadanía, tanto da si viven en Cataluña o en Asturias, si hay crisis o boom económico. Lo que me interesa destacar ahora es el salto generacional y no otros factores, sin duda, también relevantes.
No puede sentir igual la Constitución una mujer de 80 años (criada en la dictadura y con 46 años en 1978) que un hombre de 55 años (joven a finales de los 70) o quien ahora tiene 20 años y no conoce otra cosa que la democracia y un entorno de libertades, derechos y abundancia (hasta ahora, claro está). Hay una gran masa silenciosa a la que nunca se le ha pedido opinión sobre si es mejor una monarquía de reyes, una de reinas o una república; un Estado centralizado o uno federal, ya sea equilátero, isósceles, escaleno o poliédrico. No hemos podido optar entre un sistema electoral proporcional u otro mayoritario, ni ponderar de otra forma el derecho fundamental a la educación con la libertad de elección de las familias. No nos han dejado valorar las penas de cárcel como medidas de reinserción social, ni la progresividad del sistema fiscal ni el encaje en la Unión Europea.
Los mecanismos de reforma constitucional están tasados y, aunque son rígidos, no son insalvables. No deberían serlo, tal y como ocurre en otros países avanzados. Un buen punto de partida es el informe del Consejo de Estado, elaborado en 2006 a instancias del Gobierno de España que entonces presidía Rodríguez Zapatero.
Los difíciles equilibrios alcanzados en 1978 se están perdiendo. Todo el mundo quiere cambiar la Constitución, pero cada uno remando para un lado o simplemente tomando partido por un férreo inmovilismo. El consenso, imprescindible, no puede ser un parapeto de defensa, sino un “acuerdo producido por consentimiento”, como nos recuerda el Diccionario. Pero, claro, para esto necesitamos más cintura y menos puños.
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