Cuando eres niño, te preguntas pocas cosas sobre las calles. Quizás que no sean muy largas para llegar rápido al otro lado. O que la cuesta sea hacia abajo para no cansar tanto. O que tengan luz para jugar con los amigos cuando cae la noche. O, a la inversa, que tampoco se pasen de iluminación para hacer alguna inocente maldad sin ser descubiertos. En fin, que sean peatonales para no tener que esquivar muchos coches, salvo que sean carricoches (antes había más que ahora, de unos y de otros, dicho sea de paso). Sobre esto último creo que el avance en peatonalizaciones de los últimos años es indudable y un punto a favor. Avilés es más agradable para el paseo y mucho más sostenible, como muchas otras ciudades de España y de Europa. Pero dejemos esta cuestión para otro día.
Todas las calles tienen historia en sí mismas a través del relato de su urbanización, su apertura o su cierre al tráfico, según el caso y el momento. Pero esa historia, digamos material, no es la que ahora me interesa. Me importa más ahora la historia sentimental, al menos la que se refiere a sus nombres actuales y a los que llevaron en algún momento, algunos de infausto recuerdo que ni siquiera citaré. En Avilés encontramos rótulos universales (verbigracia, en Versalles: Concordia, Libertad, Amistad, Paz), así como unos pocos de mujeres ilustres (por El Quirinal, de manera fecunda: Emilia Pardo Bazán, Obdulia García, Dolores Medio, Victoria Kent y otras). Lo que no tenemos -y espero que siga siendo así- son calles nombradas con números, lo que constituye un claro oxímoron y una aberración que quizás valga para algunas grandes urbes del mundo (paradigmático es el caso de Nueva York que todo el mundo ha visto en las películas), pero no para nuestro entorno más cercano.
Hablando de calles de Avilés, la de José Manuel Pedregal (y Sánchez-Calvo: sin relegar el segundo apellido, como mal hacen los anglosajones) no era una de mis preferidas cuando era guaje, allá por los años ochenta del siglo pasado. Tampoco era una de las más transitadas por mi familia o mis amigos, por la sencilla razón de que nuestro ecosistema urbano se situaba en otra parte, dentro del imaginario triángulo que encierran los parques de La Magdalena, el de “la marquesa” (Ferrera) y el antiguo matadero, vértice este último desde donde disfrutábamos de inmejorables vistas a la fabricona y paladeábamos hollines de la máxima calidad. Para ese niño, Pedregal era una placa lejana y poco más, como tantas otras. Me importaban más Llano Ponte, Cervantes o Valdés Salas, de quienes iba sabiendo cada día algo más a fuerza de patear, leer y preguntar. Otros nombres obligados para mí eran Enrique Alonso y Carreño Miranda, colegio e instituto de gratos recuerdos y sólidos aprendizajes vitales. En fin, otra historia para contar en diferente momento.
Cuando unos años después cayó en mis manos un magnifico libro de Justo Ureña y Hevia, a la sazón cronista oficial de Avilés, ya era más consciente de algunas cosas, aunque otras tardarían todavía bastante más. Aquel estudio pionero es una de las joyas del rico catálogo editado por Azucena y Celso, o sea, Azucel, una editorial avilesina desaparecida por jubilación, pero inmortal gracias a su meritorio trabajo durante muchos años. De aquella fuente siguen bebiendo otros autores y van surgiendo hermosos afluentes, caso de los recientes volúmenes escritos por Román Antonio Álvarez.
Juan Luis Rodríguez-Vigil, presidente que fue del Principado de Asturias y a quien me atrevo a señalar como intelectual a la vieja usanza (de esos a los que ninguna esfera del saber le resulta ajena, menos aún si se refieren a Asturias), suele repetir un doble diagnóstico. De un lado, nuestra superlativa capacidad de olvido que, como cruz de la moneda, lleva pegada un adanismo que descubre mediterráneos cada día. En el caso de Asturias, en el particular escenario de Avilés y en la figura concreta de José Manuel Pedregal y Sánchez-Calvo, ese olvido llega a ser doloroso e inexplicable.
El hijo de Manuel Pedregal y Cañedo, también padre de Manuel Pedregal Fernández y miembro de una saga de declarados republicanos fue ante todo un demócrata y un reformista convencido. Diputado por el distrito de Avilés, ministro de Hacienda (en la misma cartera y durante el mismo efímero periodo que su progenitor, 118 y 117 días, respectivamente), presidente de la Institución Libre de Enseñanza, miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, presidente del Consejo de Estado o vocal del Tribunal del Garantías Constitucionales durante la II República, son algunos de los sobrados méritos políticos y académicos que acumula para figurar en la nómina de ilustres personajes españoles de todos los tiempos. Sus virtudes cívicas son también abundantes como benefactor, impulsor de iniciativas culturales o promotor de publicaciones periódicas (a destacar aquí, La Voz de Avilés). Debe notarse que decimos personajes españoles y no solo avilesinos, lo cual introduciría un sesgo reduccionista sobre la base de un absurdo localismo.
En una curiosa carambola, recordemos que José Manuel Pedregal había nacido en Oviedo el 1 de diciembre de 1871, en el número 6 de la plaza del general Riego. Medio siglo antes, este libertador había sublevado al ejército en 1820 para que el felón Fernando VII jurase la Constitución de 1812, cosa que el monarca finalmente hizo, aunque fuese a regañadientes y con absoluta hipocresía. No en vano, en 1823 y en otra plaza, la madrileña de la Cebada, Rafael del Riego fue ahorcado por orden de aquel rey humillado y vengativo. A José Manuel Pedregal no lo mataron en 1948 en Avilés, pero lo dejaron morir entre la indiferencia pública, como acaba de relatar de manera magistral Luis Muñiz Suárez en su excelsa biografía de 2022, José Manuel Pedregal. Un demócrata olvidado. Su retiro de la vida civil era ya un hecho desde hacía una década, sin dejar de mencionar que quien había sido y hecho tantas cosas, también fue sometido a escarnio, tortura y secuestro en octubre de 1934. ¡Qué indigna es a veces la historia y qué injusto su relato! Y esto acontece cuando es consecuencia de la omisión involuntaria o cuando resulta del borrado intencionado, como eficazmente logró la dictadura franquista. Digamos que esto último puede tener coherencia -desde una lógica dictatorial, claro está- pero mucho peor se justifica cuando responde a cierta desidia durante el actual periodo democrático.
La casualidad ha querido que aquel niño que fui y que no sabía nada de José Manuel Pedregal durante su infancia y adolescencia, haya terminado trabajando por un mejor uso de los fondos públicos en el número 5 de la ovetense plaza de Riego, en un espacio contiguo al del nacimiento del republicano. Quizás sea una unión intertemporal anecdótica o quizás un caprichoso guiño del destino. Lo cierto es que me siento muy honrado de lo que hago y del lugar donde lo hago, sabiendo que la Sindicatura de Cuentas del Principado de Asturias -no solo su sede física- siempre va a estar unida de manera simbólica a estos dos grandes luchadores por la libertad: Riego y Pedregal.
De vuelta a las calles avilesinas, cuando transito por la de José Manuel Pedregal o sus aledaños, tengo ya otros sentimientos. Ante todo y sobre todo, respeto, por lo que representó y lo que hizo este español de pro, a quien tuvimos la suerte de tener como convecino. Y a quien la Historia o, mejor dicho, las personas responsables de protagonizarla y escribirla en cada momento, no han hecho justicia.
José Manuel Pedregal tuvo calle en Avilés entre 1923 y 1938, nada menos que la actual calle de La Cámara, la más moderna y dinámica en aquel momento (y aún hoy, aunque esto es más opinable). Con el triunfo de la rebelión y el relevo en el Ayuntamiento de Avilés, el 4 de marzo de 1938 se decide -el verbo es en exceso generoso; sería más bien una imposición pura y dura- que pase a llevar el nombre del general Franco, aunque en la rotulación incluso se elevó el rango militar al de “generalísimo”, vigente hasta el primer ayuntamiento democrático tras el franquismo, el cual eliminó esa vergüenza mediante acuerdo municipal de 18 de julio de 1979. Como recuerdan el precitado Justo Ureña y Hevia o el también añorado Alberto del Río Legazpi, José Manuel Pedregal ya nunca volvería a dar su nombre a esa vía, aunque sí a la actual, situada entre la calle Cuba y la avenida de Alemania, según lo dispuesto en el acuerdo municipal del 1 de junio de 1965.
En fin, mientras en algunos sitios todavía quedan resquicios de tiempos y personajes muy poco memorables, en otros lugares hemos olvidado -o nos han borrado de la memoria- a algunos de nuestros más sobresalientes personajes históricos. Lo mejor de todo es que ambas cuestiones tienen solución, siempre y cuando exista voluntad de cumplir la legalidad y encauzar la pura reparación histórica.
A los 75 años del fallecimiento de José Manuel Pedregal y sin homenajes o conmemoraciones a la vista, cabría preguntarse si aún queda algo de pedregalismo, entendido como una conjunción de reformismo y republicanismo actualizados a nuestros tiempos. En el segundo concepto no pensemos en el antónimo de monarquismo, sino más bien en esa acepción del diccionario que alude a la “forma de gobierno regida por el interés común, la justicia y la igualdad”.
Referencias bibliográficas
- Álvarez González, Román Antonio (2021). Avilés. El ser de las calles. Vol. 1, Avilés, Ediciones Nieva.
- Álvarez González, Román Antonio (2022). Avilés. El ser de las calles. Vol. 2, Avilés, Ediciones Nieva.
- Del Rio Legazpi, Alberto (2021). Los episodios avilesinos, Avilés, Ediciones Nieva.
- Muñiz Suárez, Luis (2022). José Manuel Pedregal. Un demócrata olvidado, Avilés, Ediciones Nieva.
- Ureña y Hevia, Justo (1995). Avilés y sus calles, Avilés, Azucel.
Publicado en El Bollo, 2023
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