Las pasarelas sirven para transitar y desfilar. Los puentes, además, unen. Sin embargo, entre L’Arena y San Esteban, nunca hemos tenido ni una ni otro.
Desde su nacimiento en Tarna hasta que se topa con la mar, el Nalón tiene multitud de pasos elevados, estrechos, anchos, peatonales, para coches o ferrocarril. Lo mismo le ocurre al hermano Narcea, hasta que ambos se funden, para luego cruzar juntos el Puente de La Portilla, más conocido como “puente Muros” o “puente Soto”, según se nombre desde un lado o desde el otro. Poco después, pasando El Castillo, las dos orillas se siguen mirando, pero ya no se tocan. Se quieren, se sienten, se hablan, se escuchan, pero no se palpan. No hay roce, sí mucho cariño, aunque falta ayuntar y culminar la unión física.
La nueva plataforma vecinal que exige la pasarela entre L’Arena y San Esteban resucita una petición histórica de los dos pueblos y de toda la comarca. Lo hace sin adscripción partidaria, con ilusión, sin ser unos ilusos, buscando el consenso y reconociendo que, al final, los responsables políticos tendrán la última palabra y la decisión. La idea de la pasarela se plasmó en diseños, maquetas y boletines oficiales, pero nunca llegó a conocer su primera piedra, viga o puntal. Y ya son demasiados años.
En 2017 se cumplen las bodas de plata de la presentación de la actuación integral en Puerto Norte, heredera a su vez de otras iniciativas parciales para el Bajo Nalón. Luego llegaría un “parque metropolitano” que, con lenguaje más burocrático, no hacía más que validar los planteamientos básicos de Puerto Norte. Incluso el nombre ha demostrado ser un éxito, como recordaba hace poco el presidente del Principado de entonces e impulsor de la idea, Juan Luis Rodríguez-Vigil. En esas declaraciones, reveló que la sugerencia para denominar el proyecto se la proporcionó Juan Cueto Alas, precisamente porque el norte siempre ha representado el rumbo correcto en la brújula y la guía que no se puede perder. Por cierto, el mismo periodista predicó con el ejemplo, fundando la revista Cuadernos del Norte, una de las aventuras editoriales más solventes de la reciente historia de España que, por desgracia, no tuvo continuidad. Resulta evidente que Puerto Norte es un reclamo y una imagen de marca asentada y valiosa. Lo que pudiera en algún momento parecer extravagante, al final puede terminar dando frutos si hay voluntad, constancia y presupuesto. Sean bienvenidos en todo caso los que siempre reniegan o refunfuñan.
Nadie negará las cosas hechas en este tiempo, para lo que basta citar el relleno de Puerto Chico, las piscinas, las tolvas, el viejo Gurugú, los dragados o los pantalanes. También se completaron actuaciones necesarias, aunque en puridad quedan fuera del proyecto de Puerto Norte, puesto que, de una u otra forma, se tendrían que haber acometido (es el caso de las carreteras a los pueblos o los saneamientos).
Todas esas obras por separado no parecen suficientes ni eficientes, ni siquiera solidarias con una comarca que durante todo el siglo XX soportó un sacrificio ambiental enorme, durante las vacas gordas del carbón. Cuando la piedra negra dejó de ser abundante, no quedaron fondos mineros y sí un entorno degradado, una pesca escasa, una ausencia de industria alternativa y una demografía en declive.
En el siglo XXI las nuevas industrias para esta zona son el medioambiente y el turismo de calidad, dos caras de una misma moneda, sin olvidar lo que aún queda de pesca, en especial, la de angula. Quizás también sea el tiempo de recuperar una tradición conservera, no con las cifras del pasado (sería imposible) y sí con un enfoque de calidad para consumidores sibaritas. En definitiva, se trata de sumar valor añadido y empleo.
Hay que completar el puzle con el resto de piezas. Y la principal, no la más cara, pero sí la más simbólica, es la ansiada pasarela entre L’Arena y San Esteban. De esto caben pocas dudas. También, por supuesto, las sendas costeras, la recuperación de las playas del río, la ampliación de amarres y una solución duradera para la bocana.
La prometida pasarela también daría bastante vida a la línea ferroviaria de Oviedo a San Esteban, la cual languidece con un tren lento y un puñado de pasajeros cada día. Serviría para poner la playa de Los Quebrantos a menos de una hora de Oviedo y a poco más de Las Cuencas, daría servicio a la gente de L’Arena y podría ser un aliciente turístico en sí misma, por la belleza de las vegas que atraviesa en Candamo y Pravia. Varios pájaros de un tiro.
Siempre hay otras cosas por hacer (los economistas hablamos del coste de oportunidad) y, como también se suele decir, lo mejor es enemigo de lo bueno. Sigamos a Antonio Machado, afianzando pasos irreversibles para que al volver la vista atrás, veamos “la senda que nunca se ha de volver a pisar”, la de la resignación.
Los puentes unen. En los billetes de euro simbolizan la comunicación de los pueblos europeos entre sí y con el resto del mundo. En el calendario enlazan fiestas para que podamos viajar o descansar. Sujetan dentaduras y gafas, facilitándonos la comida, la visión y la estética. Engrasan negociaciones y arreglan pactos. El puente aéreo es un autobús del cielo, el puente coronario salva vidas y hasta le ponemos un puente de plata al enemigo que huye.
Desde el puente se gobierna el barco y El Puente (este con mayúsculas) será recordado siempre en L’Arena como un lugar mítico de mesa y juerga que nunca debió perderse. ¿Hay acaso algo malo en los puentes? Sólo cuando no se construyen, cuando se hunden o cuando en el juego de la oca la corriente nos hace retroceder.
Rubén Darío, visitante ilustre y enamorado del Bajo Nalón, apostaba por la unión “para que cesen las tempestades, para que venga el tiempo de las verdades”. Así sea.
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