Nunca había escrito de este tema. Sin embargo, las dos últimas mujeres asesinadas por sus parejas en Oviedo y en Avilés me remueven de manera especial. Aunque todas las muertes ocasionadas por los violentos son igual de condenables, sean en Asturias o en Melilla, es inevitable no sentir algo más de afinidad por las que nos tocan de cerca.
Dejo claro desde el principio que en este grave asunto sobran opinadores, pero sobre todo opiniones. Y digo esta aparente incorrección porque creo que una gran parte de la condescendencia con la violencia machista se debe a ciertos puntos de vista tibios, comprensivos o hasta justificativos del maltrato y el asesinato. En este punto, las opiniones dejan de ser respetables porque pasan a fomentar el delito.
Aquí el mensajero también importa. ¿Cómo es posible leer en un diario que la mujer es una “presunta muerta”, mientras vemos cómo la funeraria se lleva su cadáver? ¿Cómo qué “presunto asesinato”? Los actos y sus consecuencias son evidentes y, en todo caso, la presunción de inocencia se aplica al detenido, una persona con nombre y apellidos, pero no a sus acciones. Algún experto en Deontología o Derecho Penal me podrá matizar o corregir, pero les digo que a veces no sirve sólo con interpretaciones frusleras. No teníamos tantas prevenciones de papel de fumar cuando a los miembros de ETA los calificábamos de terroristas e incluso algunos extendían este adjetivo a los representantes electos de partidos políticos legales.
Tampoco creo que aporten nada en absoluto los detalles escabrosos, más allá del puro morbo, muy propio de gacetillas, programas basura y, por desgracia, algunos telediarios y periódicos que antes teníamos por serios. Peor aún son los testimonios recabados a vecinos y paseantes, cuya respuesta habitual suele ser la de afirmar que eran gente “normal”. O la magnífica idea de poner los nombres con siglas, para no identificar a maltratador y maltratada, cuando luego las cámaras de vídeo acuden hasta el mismísimo felpudo de su casa o la puerta de su negocio.
Hay un gran consenso en el hito histórico que significó en 2004 la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, pero también es verdad que se deberían revisar algunos de sus planteamientos sobre educación, prevención y castigo. Hay que enseñar mejor desde edades muy tempranas, evitar el daño con todos los medios sociales, policiales y judiciales posibles y, cuando por desgracia tenga lugar el fatal desenlace, mandar al culpable a la cárcel y condenarlo al aislamiento social.
La denuncia de la mujer maltratada es fundamental porque el golpe o la humillación empiezan mucho antes de lo que pensamos. Los poderes públicos deben asegurar que esa denuncia no se deja de realizar por miedo a perder dinero, casa o familia. Y, por último, no me hablen quienes oyen voces o ven señales de golpes, pero no avisan, por miedo “al qué dirán”. Allá ellos y ellas con su conciencia.
Que el nuevo Gobierno de España se tome muy en serio la lucha contra esta lacra, trabajando codo con codo junto a la oposición, las comunidades autónomas y los ayuntamientos. Iremos muy mal si la violencia machista se asume como algo “normal” o si deja de interesar como noticia. El hartazgo es la fase previa de la inacción.
Dejo claro desde el principio que en este grave asunto sobran opinadores, pero sobre todo opiniones. Y digo esta aparente incorrección porque creo que una gran parte de la condescendencia con la violencia machista se debe a ciertos puntos de vista tibios, comprensivos o hasta justificativos del maltrato y el asesinato. En este punto, las opiniones dejan de ser respetables porque pasan a fomentar el delito.
Aquí el mensajero también importa. ¿Cómo es posible leer en un diario que la mujer es una “presunta muerta”, mientras vemos cómo la funeraria se lleva su cadáver? ¿Cómo qué “presunto asesinato”? Los actos y sus consecuencias son evidentes y, en todo caso, la presunción de inocencia se aplica al detenido, una persona con nombre y apellidos, pero no a sus acciones. Algún experto en Deontología o Derecho Penal me podrá matizar o corregir, pero les digo que a veces no sirve sólo con interpretaciones frusleras. No teníamos tantas prevenciones de papel de fumar cuando a los miembros de ETA los calificábamos de terroristas e incluso algunos extendían este adjetivo a los representantes electos de partidos políticos legales.
Tampoco creo que aporten nada en absoluto los detalles escabrosos, más allá del puro morbo, muy propio de gacetillas, programas basura y, por desgracia, algunos telediarios y periódicos que antes teníamos por serios. Peor aún son los testimonios recabados a vecinos y paseantes, cuya respuesta habitual suele ser la de afirmar que eran gente “normal”. O la magnífica idea de poner los nombres con siglas, para no identificar a maltratador y maltratada, cuando luego las cámaras de vídeo acuden hasta el mismísimo felpudo de su casa o la puerta de su negocio.
Hay un gran consenso en el hito histórico que significó en 2004 la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, pero también es verdad que se deberían revisar algunos de sus planteamientos sobre educación, prevención y castigo. Hay que enseñar mejor desde edades muy tempranas, evitar el daño con todos los medios sociales, policiales y judiciales posibles y, cuando por desgracia tenga lugar el fatal desenlace, mandar al culpable a la cárcel y condenarlo al aislamiento social.
La denuncia de la mujer maltratada es fundamental porque el golpe o la humillación empiezan mucho antes de lo que pensamos. Los poderes públicos deben asegurar que esa denuncia no se deja de realizar por miedo a perder dinero, casa o familia. Y, por último, no me hablen quienes oyen voces o ven señales de golpes, pero no avisan, por miedo “al qué dirán”. Allá ellos y ellas con su conciencia.
Que el nuevo Gobierno de España se tome muy en serio la lucha contra esta lacra, trabajando codo con codo junto a la oposición, las comunidades autónomas y los ayuntamientos. Iremos muy mal si la violencia machista se asume como algo “normal” o si deja de interesar como noticia. El hartazgo es la fase previa de la inacción.
Publicado en La Voz de Avilés el 31 de enero de 2016
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