El Chapo Guzmán se duchó, levantó la tapa y se fue. Abandonó su celda por un túnel que más parecía el de alguna carretera, con su ventilación, sus luces y su sistema de drenaje.
Para los mexicanos, un chapo es una persona de baja estatura, aunque la de este tipo lo sea sobre todo en su aspecto moral. Nada que ver con un chavo, como aquel muchacho “del Ocho” que tanta gracia nos hacía a algunos, por las que armaba con la Chilindrina. Por cierto, recomiendo que nadie vuelva a ver la serie. Cada momento tiene su afán. O como escribiría Sabina, “al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de volver”.
Regresando al Chapo Guzmán, lo único que podemos hacer es preocuparnos –y mucho- por lo que está pasando en México. Recuerdo que de pequeño lo máximo era ir de vacaciones a Acapulco (luego vendría eso otro del Caribe Mexicano). El exilio republicano español, tras la guerra civil, encontró en México un lugar amable donde vivir, después del odio que se dejaba atrás, incluyendo ahí a intelectuales de la talla del asturiano José Gaos. A muchos, la gastronomía del país nos encanta, aunque sea dentro de esa combinación “tex-mex” que nos venden en Europa. Y no digamos nada las rancheras y los corridos, con Chavela, José Alfredo, Juan Gabriel, Jorge Negrete y otros mitos. Por no hablar de artistas españoles que empezaron triunfando por allá, ¿verdad, Mónica Naranjo? ¿No es así, componentes de La Quinta Estación? En fin, tantas cosas buenas... y tantas malas, casi todas relacionadas con un sistema político corrupto hasta la médula, donde robar “poquito”, como dijo aquel alcalde, no sólo está justificado, sino que es el paso previo a robar todo lo que se pueda y, al final, terminar secuestrando, extorsionando y matando. ¡Qué pena!
Me recuerda todo esto a otro narco, Pablo Escobar, colombiano, quien aterrorizó a su país durante años, aunque no eran pocos los que lo idolatraban y alguno que todavía lo sigue haciendo después de muerto (unos pocos aún lo creen vivo). El “patrón”, el “zar de la cocaína”, como le apodaban, ha inspirado películas y canciones, no siempre con buen gusto, todo hay que decirlo. Me quedo con la letra de un tema que se titula “Muerte anunciada”, de Los Tigres del Norte. Fíjense qué perlas dice... y todo lo que podemos traer hasta nuestros días.
“En 5 y 10 mil millones, su fortuna calcularon; ¿cómo es que tanto dinero, los gringos no lo notaron?”. “Ya mataron a papá, decía la gente llorando; cerca de 100 mil personas, al panteón lo acompañaron”.
En fin: ¿por qué no se le atrapó antes, si todo el mundo y las autoridades lo sabían? Y sobre todo: ¿por qué hay gente que sigue apoyando la corrupción grande, pero también la pequeñita? No me lo explico. Y acá, menos aún.
Para los mexicanos, un chapo es una persona de baja estatura, aunque la de este tipo lo sea sobre todo en su aspecto moral. Nada que ver con un chavo, como aquel muchacho “del Ocho” que tanta gracia nos hacía a algunos, por las que armaba con la Chilindrina. Por cierto, recomiendo que nadie vuelva a ver la serie. Cada momento tiene su afán. O como escribiría Sabina, “al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de volver”.
Regresando al Chapo Guzmán, lo único que podemos hacer es preocuparnos –y mucho- por lo que está pasando en México. Recuerdo que de pequeño lo máximo era ir de vacaciones a Acapulco (luego vendría eso otro del Caribe Mexicano). El exilio republicano español, tras la guerra civil, encontró en México un lugar amable donde vivir, después del odio que se dejaba atrás, incluyendo ahí a intelectuales de la talla del asturiano José Gaos. A muchos, la gastronomía del país nos encanta, aunque sea dentro de esa combinación “tex-mex” que nos venden en Europa. Y no digamos nada las rancheras y los corridos, con Chavela, José Alfredo, Juan Gabriel, Jorge Negrete y otros mitos. Por no hablar de artistas españoles que empezaron triunfando por allá, ¿verdad, Mónica Naranjo? ¿No es así, componentes de La Quinta Estación? En fin, tantas cosas buenas... y tantas malas, casi todas relacionadas con un sistema político corrupto hasta la médula, donde robar “poquito”, como dijo aquel alcalde, no sólo está justificado, sino que es el paso previo a robar todo lo que se pueda y, al final, terminar secuestrando, extorsionando y matando. ¡Qué pena!
Me recuerda todo esto a otro narco, Pablo Escobar, colombiano, quien aterrorizó a su país durante años, aunque no eran pocos los que lo idolatraban y alguno que todavía lo sigue haciendo después de muerto (unos pocos aún lo creen vivo). El “patrón”, el “zar de la cocaína”, como le apodaban, ha inspirado películas y canciones, no siempre con buen gusto, todo hay que decirlo. Me quedo con la letra de un tema que se titula “Muerte anunciada”, de Los Tigres del Norte. Fíjense qué perlas dice... y todo lo que podemos traer hasta nuestros días.
“En 5 y 10 mil millones, su fortuna calcularon; ¿cómo es que tanto dinero, los gringos no lo notaron?”. “Ya mataron a papá, decía la gente llorando; cerca de 100 mil personas, al panteón lo acompañaron”.
En fin: ¿por qué no se le atrapó antes, si todo el mundo y las autoridades lo sabían? Y sobre todo: ¿por qué hay gente que sigue apoyando la corrupción grande, pero también la pequeñita? No me lo explico. Y acá, menos aún.
Publicado en La Voz de Avilés el 20 de julio de 2015