Cuando se habla de deslocalización, debemos precisar que se trata en puridad del traslado “de una producción industrial de una región a otra o de un país a otro” (así la define el Diccionario de la lengua española y así se ha entendido siempre en la historia económica). Sin embargo, en este juego perverso de deformar el significado de las palabras hasta que denoten otra cosa (posverdad dicen algunos; mentira decimos otros) tiene peligrosas implicaciones.
Un ejemplo de lo anterior tiene que ver con el supuesto agravio que supone para Avilés la pérdida de empresas tecnológicas… ¡porque se van a Gijón! Para el que no lo sepa: a menos de 30 kilómetros. Me pregunto si lo relevante es el coste de transporte para el personal (compensable con dietas o permisos) o si lo que de verdad importa es la valiosa actividad innovadora que despliegan esas empresas de referencia mundial. Me cuestiono también si no estaremos dando más importancia a un estrecho límite administrativo (el concejo) que a otro más amplio (la comunidad). Y me preocupa todavía más que no sepamos respetar las estrategias de emprendedores que arriesgan su dinero y crean empleo de calidad en Asturias, en lugar de hacer ambas cosas en Madrid, en Taiwan o en ningún sitio. Por cierto, a quienes critican a “los políticos” (así, en abstracto) porque no han sabido “cuidar” a estas empresas para que se queden enfrente de su casa, simplemente les recuerdo que las administraciones públicas no deben entrar al juego de las subastas de subvenciones, por ver quién da más o por ser el mejor postor.
No existe deslocalización en los casos citados. Si acaso, habrá “dislocalización”, una palabra que me invento (con permiso de Luis Piedrahita) y que vendría a significar algo así como “sacar de su lugar los argumentos, sin razón y de forma disparatada e imprudente, para criticar las decisiones empresariales autónomas de seguir produciendo a veinte minutos de mi domicilio”.
El localismo excluyente sí me parece un drama que causa daños. Hay quien defiende con estrechez de mente que España debe ser “para los españoles”, olvidando que dentro de ese genérico se incluyen personas blancas, negras, gitanas, nacidas en Rumanía, en Cuba, en Alemania, en Mieres o en Burgos. Pero tampoco es mejor el grito de quienes piden que Avilés sea “para los avilesinos”, olvidando nuestra historia colectiva de acogida y, probablemente, su propia historia familiar de mestizaje y solidaridad. Eso sí, cuando hay que comprar, no acuden al comercio de la esquina y sí al ubicado en un centro comercial, cuyos accionistas forman parte de un fondo de inversión apátrida y especulativo.
Nuevas formas de despotismo y, desde luego, nada ilustrado.