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Hasta aquí hemos llegado. Aunque el cierre del mes de agosto no marca el final del verano atmosférico, sí señala el final de las vacaciones para la inmensa mayoría de los que trabajamos en España. Son de esas tradiciones que pesan más que cualquier ley o intento de cambiarlas. Solamente a la altura de las pagas extraordinarias, el chupito, el contrato precario, el chiringuito o las chanclas de colores.
Agosto lo detiene casi todo en España, excepción hecha del tráfico en las carreteras y en las redes sociales. El primero, adornado con maletones, bacas, sombrillas y familias telerín. El segundo, sustituyendo los contenidos profesionales por el rosario de fotos de famosos y famosas con poca ropa, políticos morenazos o nuestras propias aventuras al sol. Da igual que tengamos delante desafíos de primera categoría, incluyendo asuntos tan crudos como el terrorismo internacional, el separatismo, el déficit público, la financiación autonómica, el desempleo o la violencia machista. Agosto es sagrado. Ya, si eso, en septiembre retomamos. En Wall Street se dice que “el dinero nunca duerme”. Pues la política en España en agosto echa la siesta.
Agosto lo detiene casi todo en España, excepción hecha del tráfico en las carreteras y en las redes sociales. El primero, adornado con maletones, bacas, sombrillas y familias telerín. El segundo, sustituyendo los contenidos profesionales por el rosario de fotos de famosos y famosas con poca ropa, políticos morenazos o nuestras propias aventuras al sol. Da igual que tengamos delante desafíos de primera categoría, incluyendo asuntos tan crudos como el terrorismo internacional, el separatismo, el déficit público, la financiación autonómica, el desempleo o la violencia machista. Agosto es sagrado. Ya, si eso, en septiembre retomamos. En Wall Street se dice que “el dinero nunca duerme”. Pues la política en España en agosto echa la siesta.
Y no digo yo que lo anterior sea mala cosa. Es más, como prueba de cargo ofrezco mi historial de vacaciones, casi siempre en agosto, salvo unas pocas excepciones. En esto soy poco original o muy español, según se mire. Lo que me lleva a ser crítico, como ciudadano, es la desatención de determinadas cuestiones que, por meterlas en la nevera de playa, no se van a arreglar solas. Algunas hasta se pueden pudrir. Peor aún: sabemos de sobra que la vuelta al cole, al curro o al escaño no son inmediatas; el cuerpo, la mente y los periodos de sesiones necesitan un cierto tiempo de descompresión para volver a rendir a tope. Si subimos muy rápido, como en el buceo, nos arriesgamos a un colapso. Por eso si agosto es la mar, septiembre es la arena, pero todavía no habremos llegado al asfalto y a nuestras preocupaciones casi hasta octubre. Para algunas, quizás hasta ya sea tarde.
La costumbre es fuente de derecho y no parece lo más adecuado que de un día para otros se revienten algunos usos de larga raigambre. Tampoco hay que abusar de esa frase tan demoledora como española: “esto siempre se hizo así”. Por todo ello, hay que cuidar, pero también innovar la tradición, aunque nunca a las bravas. Igual que un buen cocido, las rutinas sociales necesitan posar. En cualquier caso, feliz mes de agosto (del año que viene).
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