lunes, 23 de diciembre de 2013

Libros y pecados

 
 
El género memorístico o autobiográfico vive unos laureles desconocidos en estos tiempos. Si uno va a una librería –ya sabéis, ese sitio donde venden libros electrónicos de papel- se encuentra con el “dilema” de Zapatero, los “recuerdos” de Solbes, el “compromiso” de Aznar, la “página” de Alfonso Guerra o las “respuestas” de Felipe González. Si descendemos al nivel de otros ex altos cargos en gobiernos, parlamentos o partidos, tenemos páginas programadas para casi un año entero (suponiendo que la lectura sea un hábito personal, pero ese es otro debate).

Este fenómeno parece una especie de catarsis colectiva, casi una plegaria compartida para el perdón de los pecados cometidos. Los autores confiesan algunos veniales, otros mortales y hasta alguno capital. Hay pecadillos de juventud y faltas más o menos graves de palabra, obra y omisión. Hay incluso quien no reconoce fallo alguno y se reafirma en todo lo hecho y dicho. Sea como fuere, el perdón lo debe administrar el votante en las elecciones o el juez en sus sentencias cuando el caso haya sido realmente oneroso. Lo que no cabe es el ‘autoperdón’, igual que un católico no puede ir al confesionario, cantar o contar sus defectos al cura y marchar de allí sin absolución ni penitencia.

Dejando de lado lo religioso y volviendo a lo estrictamente literario, me preocupa que este renacimiento de las memorias autoinculpatorias –con las excepciones ya comentadas- se limite a ser un mero negocio de venta de libros (cosa bien respetable, como es natural). Estoy seguro de que lo más jugoso no está en esos libros y que todavía está por contar. Opinaba también así una persona que, además de haber sido jefe de gobierno y jefe del Estado, sigue siendo uno de los intelectuales más sólidos que ha conocido este país y un cultivador de diarios y memorias políticas. Decía Azaña que “en España la mejor manera de guardar un secreto es escribir un libro”. Poco más que añadir.

A una ciudadanía informada en democracia no le deberían interesar tanto los cotilleos sobre tal o cual ministro –ya no digamos sobre personajillos casposos- o sobre cierto documento oficial que ni siquiera se alcanza a entender. Creo sinceramente que es mucho más importante conocer cuáles son las bases económicas que sustentan los presupuestos públicos, empezando por los de nuestro ayuntamiento. O cómo se reparten subvenciones para empresas que quieren instalarse en nuestro territorio. O cómo se negocian los beneficios fiscales de algunos privilegiados. O cuánto le cuesta al contribuyente medio cada fichaje estrella en el fútbol profesional.

Aunque, pensando en todo ello, “¿qué sabe nadie?”, como diría el dentado y navideño Raphael
 
 
Publicado en La Voz de Avilés el 23 de diciembre de 2013
  
 

 
 

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