Antonia y Margarita. La artista y la política. La españolísima y la británica imperial. El glamur y la belleza, frente a la dureza y el frío. Mientras Sara se fumaba un puro y enamoraba –seamos finos- a millones de hombres y mujeres de todo el mundo y de varias generaciones, doña Margaret recortaba salarios, desmontaba servicios públicos e impulsaba guerras sin que le temblase la mano.
Las dos se nos mueren el mismo día; la española con 85 años recién cumplidos, la británica con 87. Saritísima con una sonrisa y la Dama de Hierro con vinagre en las venas. La primera fue amiga de Severo Ochoa, científico asturiano y premio Nobel. La segunda lo fue de Ronald Reagan, presidente de EEUU y fiel aliado en políticas económicas ultraliberales.
Decía la propia Sara Montiel que el dramaturgo Miguel Mihura fue su “primer amor” y que la “hizo mujer”, si bien ella solía dejarlo “como un trapo en la cama”. De otro señor con bigote que fue presidente del Gobierno decía que no tenía “ni medio polvo” (quizás por eso entendemos que este señor no tenga hoy tanto pelo sobre su labio superior).
En cambio, Margaret Thatcher pensaba que “todos nuestros problemas han venido de la Europa continental y todas las soluciones han venido de las naciones anglohablantes”. Se atrevía a decir esto mientras defendía a Pinochet, con el fin de que no fuese juzgado en España por algunos de sus crímenes.
Sara creía que el mundo era su lugar de trabajo y España una habitación más de su casa. Para Margaret, Europa era una isla que miraba de reojo el “continente” británico. Sarita no sabía inglés cuando marcho a rodar a con Gary Cooper y Burt Lancaster, ni falta que le hizo. Para Margaret, todo lo que no fuese hablar en su idioma era una grosería.
Para Sara Montiel las personas eran importantes, pero también lo eran los grupos humanos. Para Margaret la sociedad simplemente no existía como concepto. Mujeres eran las dos, eso es evidente, pero Margaret no hizo demasiado por romper ciertos roles sexuales del pasado, algo en lo que la manchega fue innovadora en grado sumo.
Nuestra diva española era soberbia, en el doble sentido de la palabra. La señora Thatcher lo era solo en la acepción de persona altiva, de esas que miran por encima del hombro.
En fin, se nos van dos mujeres de bandera, de España y del Reino Unido, del arte y de la política. A mí me gustaba mucho más Sara Montiel, por si no había quedado claro.
Publicado en La Voz de Avilés el 9 de abril de 2013
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