Los celos destruyen y matan. Son envidia, sospecha, inquietud. Nada tienen que ver con el amor. En ocasiones acaban en cese de la convivencia o en traspaso de negocio; otras veces, en violencia y muerte.
El secuestro, la tortura y el postrero asesinato con ensañamiento son probablemente lo peor que un ser humano puede hacer sobre otro. Si además la víctima es una criatura indefensa y confiada, no hay disculpa ni atenuante posible. Ni siquiera cabe el arrepentimiento del criminal, sea falso o sincero, algo muy católico y respetable, pero bastante poco eficaz en términos procesales y hasta morales.
¿Cabe el rencor? Por supuesto, somos humanos. ¿Cabe la venganza desde el ámbito personal o desde el sistema judicial? En un sistema democrático, no, ya se trate de asesinato, sedición o cualquier otro delito. La ley de la selva y el talión deben seguir en el mundo animal y en los textos bíblicos del Antiguo Testamento, pero nunca en la condición humana, ni mucho menos en un Código Penal avanzado. Por supuesto, en esos casos tan execrables se debe aplicar la justicia con todo su rigor, faltaría más, huyendo de cambios legislativos en caliente o de presiones familiares y sociales que, justificadas por la dureza de un supuesto concreto, no pueden resquebrajar la necesaria visión general del legislador y la imprescindible madurez de nuestras instituciones. Permítaseme la metáfora: sería como si las ovejas pudiesen redactar el reglamento del lobo.
En el horroroso caso del niño Gabriel, me quedo con las declaraciones de la madre, destrozada por el dolor, pero con una entereza y una ejemplaridad dignas de elogio. Cito sus palabras textuales y las hago mías: “que nadie comparta cosas de rabia porque ese no era mi hijo y esa no soy yo; que lo que quede de este caso sea la fe y las buenas acciones que han salido por todos lados y han sacado lo más bonito de la gente”. Insisto, no es una cita de Gandhi, sino la petición de una madre que acaba de recibir un enorme zarpazo de la vida. A algunos les sonarán cursis y hasta poco apropiadas; a mí me parecen verdaderamente ejemplares. Todo un aviso cualificado para quienes querían cambiar el Código Penal con carácter retroactivo (cosa que, si no tengo mal entendido, es inconstitucional), para quienes escupían veneno de odio por la boca o para quienes la presunción de inocencia no vale nada. También para quienes se atrevían a instrumentalizar el sufrimiento con el objetivo de expandir el racismo o la xenofobia, maldiciendo a todas las mujeres inmigrantes o a todas las personas negras, solo porque una de ellas había perpetrado y confesado el crimen.
Publicado en La Voz de Avilés el 5 de abril de 2018
El secuestro, la tortura y el postrero asesinato con ensañamiento son probablemente lo peor que un ser humano puede hacer sobre otro. Si además la víctima es una criatura indefensa y confiada, no hay disculpa ni atenuante posible. Ni siquiera cabe el arrepentimiento del criminal, sea falso o sincero, algo muy católico y respetable, pero bastante poco eficaz en términos procesales y hasta morales.
¿Cabe el rencor? Por supuesto, somos humanos. ¿Cabe la venganza desde el ámbito personal o desde el sistema judicial? En un sistema democrático, no, ya se trate de asesinato, sedición o cualquier otro delito. La ley de la selva y el talión deben seguir en el mundo animal y en los textos bíblicos del Antiguo Testamento, pero nunca en la condición humana, ni mucho menos en un Código Penal avanzado. Por supuesto, en esos casos tan execrables se debe aplicar la justicia con todo su rigor, faltaría más, huyendo de cambios legislativos en caliente o de presiones familiares y sociales que, justificadas por la dureza de un supuesto concreto, no pueden resquebrajar la necesaria visión general del legislador y la imprescindible madurez de nuestras instituciones. Permítaseme la metáfora: sería como si las ovejas pudiesen redactar el reglamento del lobo.
En el horroroso caso del niño Gabriel, me quedo con las declaraciones de la madre, destrozada por el dolor, pero con una entereza y una ejemplaridad dignas de elogio. Cito sus palabras textuales y las hago mías: “que nadie comparta cosas de rabia porque ese no era mi hijo y esa no soy yo; que lo que quede de este caso sea la fe y las buenas acciones que han salido por todos lados y han sacado lo más bonito de la gente”. Insisto, no es una cita de Gandhi, sino la petición de una madre que acaba de recibir un enorme zarpazo de la vida. A algunos les sonarán cursis y hasta poco apropiadas; a mí me parecen verdaderamente ejemplares. Todo un aviso cualificado para quienes querían cambiar el Código Penal con carácter retroactivo (cosa que, si no tengo mal entendido, es inconstitucional), para quienes escupían veneno de odio por la boca o para quienes la presunción de inocencia no vale nada. También para quienes se atrevían a instrumentalizar el sufrimiento con el objetivo de expandir el racismo o la xenofobia, maldiciendo a todas las mujeres inmigrantes o a todas las personas negras, solo porque una de ellas había perpetrado y confesado el crimen.
Publicado en La Voz de Avilés el 5 de abril de 2018