Hablemos del gobierno. Y por concretar, hablemos de los
impuestos, el tema de moda en todas las tertulias de chigre, alcoba o
parlamento.
Parece que de repente hemos descubierto que los impuestos
sirven para financiar los servicios públicos, algo tan obvio que resulta hasta
pedante volver a recordarlo. Impuestos como el IVA, el IRPF, el Impuesto sobre
Sociedades o el IBI municipal permiten que se paguen nuestras consultas
médicas, las becas de estudios, las autovías, una residencia de mayores, el
Centro Niemeyer o las fiestas patronales.
Hasta que empezó esta crisis económica, el discurso
dominante decía que los impuestos eran más buenos cuanto más reducidos fuesen.
Si eso es cierto, entonces la mejor política fiscal estaría muy clara: bajar
los impuestos siempre y en todo lugar, al mayor número de contribuyentes
posible. O mejor todavía: eliminar totalmente los impuestos. No estoy
exagerando y, de hecho, así lo hemos visto en los últimos años, con gobiernos
de todo signo político y en una variedad de tributos.
Pero llegó la crisis. Y el discurso cambió, al ritmo que
se deterioraba la realidad económica y caía la recaudación. Ya no estamos para
lujos, tampoco el Sector Público. Ahora hay que estimular la economía y seguir
siendo solidarios, atendiendo a más personas paradas, pero también pagando la
sanidad pública, la educación o la atención a la dependencia. Y, cómo no,
intentar culminar el AVE o eliminar la barrera ferroviaria de Avilés sin demora.
En definitiva, nos quedan dos caminos. Uno pasa por asumir
un déficit público enorme, aunque siempre tendrá que tener un límite, para no
ir a la quiebra total en pocos años. El otro camino pasa por tocar los
impuestos al alza, reforzando además la lucha contra el fraude fiscal, al que
todos un poco (o mucho) contribuimos. Y no hay más. Lo de reducir el gasto
público, sin concretar en qué cosas, suena un poco a demagogia, aunque no
negaré que algunos ajustes de gastos improductivos habría que hacerlos.
Las reformas profundas del sistema económico son
necesarias e inevitables, eso no lo cuestiona nadie, pero sus efectos no se van
a notar de forma inmediata. En cambio, las Administraciones Públicas necesitan
seguir prestándonos servicios desde este mismo instante. Cuando las cosas
vienen mal dadas, sea en la familia, en la empresa o en el país, toca apechugar
un poco, sobre todo las personas que más tienen. Las decisiones impopulares a
veces son las más necesarias y eficaces.
Publicado
en La Voz de Avilés el 21 de septiembre de 2009